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CRONOLOGIA 1942
 
INCURSION CONTRA CEILAN
1942
Después de la rápida conquista de Asia sudoriental, los japoneses se prepararon para extender su dominio sobre el océano INDICO. Ceilán era la llave de acceso a Oriente medio y a la India; en efecto, la presencia de una fuerte escuadra japonesa, con base en la isla, permitiría dominar no sólo las vías de comunicación con Australia y con la india, sino también con el ejército 8, en Egipto. La decisión del Almirantazgo británico de enviar a Ceilán una fuerza naval, bastante consistente pero anticuada, tuvo como único resultado inducir a los japoneses a desencadenar contra esta formación un violento ataque, del que se sacó como conclusión evidente, que si la Royal Navy no mantenía en aquellas aguas una formación moderna, con un valioso apoyo aéreo, conseguiría más reveses que ventajas.

En el transcurso de la primavera de 1942, mientras el Ejército británico era rechazado gradualmente fuera de Birmania, la Royal Navy experimentaba una serie de reveses frente a la Marina Imperial japonesa, incomparablemente superior. Esto confirmaba, desde luego, que estaba declinando la potencia naval británica en el océano índico, donde los ingleses habían ejercido un dominio casi indiscutido durante dos siglos. La primera semana de abril, las adiestradísimas fuerzas aeronavales del vicealmirante Nagumo desencadenaron un destructor ataque contra Ceilán y contra la Eastern Fleet (Escuadra oriental), acción que reveló claramente la debilidad británica en aquel sector.

Puesto que la arrolladora conquista de Malasia y de las Indias orientales había abierto a los japoneses la puerta del océano Indico, Ceilán se había transformado, dada su posición, en una isla de importancia vital, no sólo para la India, sino también para todo el conjunto de la potencia británica en el Medio y en el Próximo Oriente. Una  fuerte escuadra japonesa, que tuviera su base en la citada isla, estaría en situación de poder atacar las vías de comunicación desde el cabo de Buena Esperanza hasta la india y Australia, y además (lo que aún era un peligro más grave) podría cortar definitivamente los enlaces con el golfo Pérsico y con Suez, privando así a Gran Bretaña de gran parte de sus abastecimientos de carburante y al Ejército que combatía en Egipto de refuerzos y de municiones.

Los jefes de Estado Mayor, conscientes de la necesidad de mantener Ceilán a toda costa se habían preparado a defenderla, concentrando para ello todas las fuerzas que fue posible reunir. A fines de marzo, la guarnición de la isla correspondía a los efectivos de dos divisiones, con gran consternación por parte de Wavell, a la sazón comandante en jefe de la India, quien estaba preocupado porque la frontera nororiental -por donde intuía que era más probable que los japoneses atacasen- estaba guarnecida más débilmente que Ceilán.

Pero el día 13 de marzo, los jefes de Estado Mayor le expusieron sus puntos de vista respecto de la situación y le demostraron que la seguridad de la india dependía, en última instancia, de posibilidad de mantener abiertas las vías de comunicación en el océano indico: por esta razón, Colombo y Tricomalee -las dos bases navales más importantes- tenían un valor estratégico superior al de Bengala o al del Assam. Para concretar esta decidida intención de no dejarse arrancar Ceilán, los mismos jefes de Estado Mayor construyeron una Escuadra oriental, formada por acorazados, 3 portaaviones, 7 cruceros y 14 destructores, al mando del almirante sir James Somerville. La isla disponía, además, de una defensa aérea a base de aparatos de caza, que agrupaban en total dos escuadrones de Hurricane y tres de Fulmar.

Sin embargo, todas estas fuerzas destinadas la defensa, aunque a primera vista pudieran parecer muy potentes, suscitaban serios recelos si se sometían a un examen más profundo. En efecto de las cinco acorazados, los cuatro pertenecientes a la clase R –Royal Sovereing, Ramillies, Resolution y Revenge- eran antiguos, lentos, muy vulnerables a los ataques aéreos y con una limitada autonomía de crucero. Sólo el modernizado Warspite, aunque también un veterano de la batalla de Jutlandia (en la primera Guerra Mundial), podía inspirar cierta confianza si se enfrentaba a uno de los acorazados japoneses. Asimismo, el portaaviones Hermes era demasiado pequeño y demasiado viejo. En cuanto a los cruceros, cuatro de  ellos eran buques pertenecientes a un tipo planeado durante la primera Guerra Mundial. Somerville intentó resolver el problema que presentaba esa Escuadra tan inadecuada constituyendo una formación rápida, la llamada Fuerza A, formada  por el Warspite y los dos portaaviones modernos, el Indomitable y el Formidable, además de la mitad, aproximadamente, de los cruceros y de los destructores. Y en una formación más lenta, llamada Fuerza B, agrupo a los acorazados de la clase R, al Hermes y al resto de cruceros y destructores. Pero es preciso tener en cuenta que estas dos fuerzas, además de estar desequilibradas en su composición, jamás habían tenido la ocasión de operar juntas como una verdadera Escuadra.

También la defensa aérea de Ceilán era inadecuada, porque los cazas Fulmar -aparatos biplazas de la Marina- no podían compararse con los formidables cazas de la Marina nipona, los Zero, los orales, en las acciones a baja cota, eran incluso superiores a los Hurricane. Los únicos bombarderos disponibles eran los de un escuadrón Blenheim, mientras dos unidades de Catalina se utilizaban para el reconocimiento.

Dada la situación, Somerville se alarmó seriamente cuando el Servicio de información le comunicó que, con toda probabilidad, los japoneses atacarían Ceilán el día 1 de abril o en alguna fecha más o menos próxima; pero más se habría alarmado si hubiera conocido la exacta composición de las fuerzas destinadas a realizar el ataque. En efecto, los japoneses habían decidido emplear su formación naval más potente, la primera Escuadra aeronaval del vicealmirante Nagumo, que comprendía cinco de los portaaviones que habían participado en la acción de Pearl Harbor -Akagi, Soryu, Hiryu, Shokaku y Zuikaku-, cada uno de los cuales llevaba a bordo 60 aparatos. La formación de apoyo la constituían 4 acorazados, 3 cruceros y II destructores. Pero aún había más; pues los japoneses, fieles a su táctica de lanzar ataques simultáneos en distintos sectores, también habían incluido en el plan una incursión contra los buques británicos que navegaban por el golfo de Bengala, con el fin de interrumpir el flujo de abastecimientos dirigidos a Calcuta, que era el puerto más importante de que disponían los Aliados en el Assam y en Bengala. En la operación, que debía comenzar cuando el grueso de las fuerzas aeronavales hubiera iniciado el ataque contra Ceilán, participarían el portaaviones ligero Ryujo, 7 cruceros y II destructores a las órdenes del vicealmirante Ozawa. El comandante en jefe de las operaciones combinadas era el vicealmirante Kondo.

No hay duda de que la empresa con la que el almirante Somerville iba a enfrentarse era de extrema dificultad. Por una parte debía defender Ceilán, incluso exponiéndose a que su Escuadra sufriera daños gravísimos; por otra, si el ataque de los japoneses no fuera más que un golpe de mano contra los buques y las instalaciones portuarias, como el de Port Darwin, debía evitar que su formación fuese destruida por la enemiga, que, desde luego, era bastante más fuerte. La Eastern Fleet era débil y, como ya se ha dicho, poco homogénea; pero representaba todo lo que el Almirantazgo, abrumado por las peticiones, le había podido conceder, y si era destruida ya no sería posible reunir otra. La única perspectiva de éxito estaba en la esperanza de que alguno de los buques japoneses fuese alcanzado y puesto fuera de combate, por los bombarderos terrestres o por los aviones torpederos de los portaaviones, en una acción nocturna. En este caso podría hundir a los buques alcanzados.

Por esto, el último día de marzo, la Escuadra británica salió en exploración al sur de Ceilán, en una zona marítima desde la que Somerville esperaba poder lanzar un ataque nocturno con sus portaaviones en el caso de que los japoneses comparecieran por el Sudeste, que era su ruta de aproximación más probable. Manteniéndose en crucero por aquella zona, también podría refugiarse en el atolón Addu, una base secreta situada en las islas Maldivas, en el caso de que el enemigo intentara atraerlo a una acción naval que él sabía que no podría sostener.

Así, pues, la Eastern Fleet navegó por la citada zona hasta la noche del 2 de abril, cuando Somerville, juzgando ya que el Servicio de Información había incurrido en un error, o bien que los japoneses habían llegado a conocer la concentración de su formación y en consecuencia cambiaran la fecha fijada para el ataque, ordenó a los buques volver a la base de Addu para abastecerse de combustible. Los cruceros pesados Dorsetshire y Cornwall se enviaron a Colombo y el portaaviones ligero Hermes, escoltado por el destructor Vampire, a Trincomalee.

No cabe duda de que Somerville cometió un error al dispersar así a sus unidades: la decisión habría estado justificada tan sólo en el caso de que el almirante hubiera recibido confirmación de que el enemigo había renunciado efectivamente al proyecto de atacar Ceilán. Lo que en realidad ocurría era que el ataque japonés se había fijado para el 5 de abril, no para el l, y puesto que el 5 era domingo de Pascua, los ingleses deberían haber tenido por lo menos la sospecha de que el día elegido fuese aquél, dada la costumbre de los japoneses de asestar sus golpes en ocasión de cualquier festividad nacional o bien en domingo, cuando pensaban sorprender al enemigo, como ya había ocurrido en Pearl Harbor.

El almirante Somerville se encontraba precisamente en una situación muy desfavorable, desde el punto de vista táctico, cuando fue informado de que un Catalina había avistado, la tarde del 4 de abril y a 360 millas al sudeste de Ceilán, una gran formación de buques japoneses. En aquel momento, su formación rápida estaba abasteciéndose de combustible y la formación lenta no estaría dispuesta hasta el día siguiente. La Fuerza A (o sea, la formación rápida) salió a alta mar en cuanto le fue posible; pero, como se encontraba a 600 mi de Ceilán, resultaba imposible que pudiera interceptar a la formación enemiga antes de que ésta lanzase el esperado ataque. Y Somerville, aun cuando seguía alimentando alguna esperanza en cuanto al éxito de una acción nocturna de los aviones torpederos, tampoco podía arriesgarse a exponer sus portaaviones al peligro que suponía la proximidad de los acorazados japoneses sin el apoyo de la Fuerza B.

Mientras tanto, en Colombo, el almirante Layton, a quien correspondía el mérito de haber reorganizado radicalmente las defensas de la isla en el breve tiempo (apenas un mes) transcurrido desde su designación como comandante en jefe de Ceilán, puso estas defensas en estado de alarma y ordenó a todos los buques que estaban en condiciones de hacerse a la mar que se alejasen para evitar que pudieran ser hundidos en el ataque que se avecinaba. Y en efecto, la madrugada del día 5 de abril 91 bombarderos y 36 cazas atacaron Colombo. Los 42 Hurricane y Fulmar, qué despegaron con retraso para rechazar a los atacantes, se empeñaron en combates a baja cota con los aparatos japoneses, los mucho más maniobrables Zero (el retraso en elevarse se debió a una avena del radar, que no dio la alarma a tiempo), siendo abatidos 19 aparatos británicos contra los 7 perdidos por los nipones. También se perdió una formación de 6 aviones torpederos Swordfish, que por azar se vio mezclada en la vorágine de los encarnizados combates. Sin embargo, los daños causados por los bombarderos enemigos en las instalaciones portuarias de Colombo fueron más bien limitados; no obstante, hundieron un crucero auxiliar y un destructor, y alcanzaron otras dos unidades.

El mismo día, aparatos de reconocimiento enemigos avistaron a los crucero pesados Dorsetshire y Cornwall mientras se dirigían a toda máquina hacia el lugar asignado a la Fuerza A, situado a notable distancia de la posición calculada para los portaaviones japoneses. Hacia las 13,40 horas los cruceros fueron atacados por 56 bombarderos, que se lanzaron en picado y con admirable precisión, con el sol a la espalda, apuntando directamente contra los navíos ingleses. El resultado fue una nueva demostración, no sólo de la habilidad de los pilotos navales japoneses, sino también de la potencia de una fuerza aérea embarcada y empleada contra baques de guerra privados de la protección de sus propios cazas. El Dorsetshire, alcanzado por nueve bombas, como mínimo se fue a pique en ocho minutos, y el Cornwall corrió la misma suerte al cabo de otros veintidós. Por fortuna, 1122 hombres, entre oficiales y marineros de la tripulación, sobre un total de 1546, sobrevivieron al violento ataque.

El día 6 de abril Somerville, después de haber reunido sus dos formaciones, se alejó prudentemente de Ceilán y se dirigió hacia el Sudoeste. La desaparición de los portaaviones de Nagumo, tras la incursión sobre Colombo, le hizo sospechar que los japoneses conocían ya la existencia de la base secreta en el atolón de Addu (no fue una medida muy acertada mandar precisamente a aquella zona al Dorsetshire y al Cornwall) y que ahora esperaban al acecho su formación para atacarla a su regreso. Por lo tanto, precedido por continuos reconocimientos aéreos, el almirante se aproximó a esta base con la máxima cautela y realizando frecuentes cambios de rumbo, llegó a ella el 8 de abril.

La incursión aérea sobre el puerto de Trincomalee
Por fortuna, los japoneses ignoraban a donde se dirigían los dos cruceros ingleses y concentraron su búsqueda mucho más al este de la ruta seguida por la Escuadra británica. Los portaaviones de Nagumo, después de haberse dirigido al Este, luego al Norte y finalmente al Oeste, se prepararon para lanzar un segundo ataque, esta vez contra Trincomalee. Pero el 8 de abril este puerto se puso en estado de alarma y se ordenó la salida del mismo a todos los buques que en él se encontraban. A la mañana siguiente los diques portuarios y el aeródromo sufrieron el ataque de 90 aviones, siete de los cuales fueron derribados por los cazas de la defensa. La pérdidas inglesas se elevaron a nueve cazas más cinco bombarderos Blenheim que se habían elevado para atacar a su vez a la formación japonesa. Poco después fueron atacados el portaaviones Hermes y el destructor Vampire; a los dos buques se les había ordenado salir de Trincomalee, y ambos pudieron experimentar tristemente los estragos que una formación de bombarderos debidamente adiestrados podía causar. Apenas terminada la incursión sobre Trincomalee, la Escuadra de Nagumo echó a pique el Hermes, que desapareció entre las aguas en menos de 20 minutos; el destructor resistió un poco más. Luego, para completar su obra, los japoneses hundieron también una corbeta, un buque cisterna y un buque auxiliar que se encontraban en aquellas aguas. Tras haber logrado este último éxito, los portaaviones japoneses se retiraron del océano Indico -con el comprensible alivio por parte de los ingleses- y volvieron a entrar en el Pacífico. También se retiró la formación corsaria del vicealmirante Ozawa, que en tres días logró hundir 23 buques, con un total de 112.312 toneladas, interrumpiendo asilas comunicaciones marítimas con Calcuta. Los aviones del Ryujo, que formaba parte de esta Escuadra, llevaron a cabo incursiones contra Visakhapatnam y contra Kakinada, provocando en la india el justificado temor de una próxima invasión, temor que, por cierto, duró mucho tiempo.

Otra Escuadra también se retiró de la zona marítima en torno a Ceilán; pero ésta fue precisamente la del almirante Somerville. En efecto, los cuatro acorazados de la clase R, que según el propio Almirantazgo representaban «un pasivo más que un activo» se habían enviado a Kilindini, en África oriental, el 8 de abril, o sea el día anterior a la incursión sobre Trincomalee. En cambio, la Fuerza A permaneció en la zona, con la misión de contrarrestar las incursiones de fuerzas navales ligeras del enemigo; pero, en la práctica, también se la retiro a Bombay, donde permaneció hasta el mes de junio, en que se la envió al Mediterráneo para escoltar un convoy que se dirigía a Malta.

Afortunadamente para Ceilán, la intención de los japoneses era expansionarse más al Este que al Oeste. Por lo tanto, el teatro de operaciones asignado a los portaaviones de Nagumo para las acciones que inmediatamente iban a seguir eran el mar del Coral y Midway. Pero como estos planes del enemigo no se conocían en Londres ni en Colombo, el temor de perder Ceilán y la India meridional, y hasta incluso toda la gran península india, constituía una constante obsesión especialmente después de haberse demostrado la extrema debilidad de las defensas existentes. Fue este temor el que impulsó a tomar algunas contramedidas, como, por ejemplo, la invasión de Madagascar.

El ataque desencadenado por los japoneses contra dicha isla demostró cuán equivocado era el concepto del Almirantazgo británico respecto a que una formación de buques anticuados, estacionados en aquellas aguas, sería suficiente para disuadir al enemigo de un intento de invasión o para impedir las incursiones de sus medios navales ligeros. Incluso se puede suponer que el ataque no habría tenido lugar aunque no se hubiera constituido la Eastern Fleet, pues en realidad el objetivo esencial de la incursión había sido impedir el envío de un gran número de soldados y de abastecimientos a Rangún antes de la invasión japonesa de Birmania. La Eastern Fleet constituía no obstante una amenaza para el enemigo; en cambio no se podía decirlo mismo de los simples refuerzos de las defensas aéreas y terrestres alrededor de la isla. La única reacción eficaz a la expansión japonesa en el océano Indico y en el Pacífico era la constitución de una poderosa formación de acorazados y de portaaviones, sobre todo de portaaviones modernos.

La enseñanza que se desprendía de la incursión sobre Ceilán era evidente: si los ingleses no podían oponer a los japoneses unas fuerzas navales por lo menos iguales a las de éstos, en cuanto a potencia, la Eastern Fleet no serviría prácticamente de nada.

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