BATALLA DE MIDWAY: FASE II


El hidroavión de reconocimiento del crucero Tone -aquel que, como hemos dicho, salió con 30 minutos de retraso sobre el horario fijado- había sido designado por la suerte para ser el único que avistase a la Flota americana en su propio sector de exploración, y entonces comunicó: «Avistados diez buques, aparentemente enemigos; marcación 10 grados, velocidad superior a los 20 nudos». Durante el cuarto de hora que siguió Nagumo esperó con creciente impaciencia otra noticia que señalase la composición de la Escuadra enemiga.

Ésta constituiría un peligro, en el radio de 200 millas, tan sólo si en ella figuraban portaaviones; en tal caso sería indispensable atacarla inmediatamente. A las 7,45 Nagumo ordenó suspender la sustitución del armamento de los Kate. Todos los aparatos deberían prepararse para un ataque a los buques. Dos minutos después comunicó al avión de reconocimiento: «Verifique tipo buques y mantenga contacto». La respuesta llegó a las 7,58 horas, señalando tan sólo un cambio en la ruta del enemigo, seguida, sin embargo, doce minutos más tarde, por una nueva comunicación: Buques enemigos, con cinco cruceros y cinco destructores».

Se derrumban las esperanzas de Nagumo
Nagumo y su Estado Mayor acogieron con verdadero alivio el mensaje, porque en aquel mismo momento su Escuadra era atacada por 16 bombarderos en picado procedentes de Midway, a los que siguieron poco después 15 «fortalezas volantes», que efectuaron un bombardeo desde 6500 metros de altura y, por último, aparecieron 11 bombarderos de reconocimiento Vindicator. Todos los Zero disponibles se elevaron para interceptarlos, y ni una sola bomba alcanzó a los buques nipones. Pero si Nagumo hubiera decidido entonces lanzar un ataque aéreo, le habría faltado la cobertura de los Zero, que debían volver para abastecerse de carburante y de municiones. Mientras todo eso sucedía, un torpedo lanzado a las 8,25 por el submarino americano Nautilos -uno de los 12 que protegían Midway- contra un acorazado japonés, al que no alcanzó, puso en alarma a los acorazados y cruceros de escolta. Y entonces, en medio del fragory de la estridencia de los ataques aéreos, Nagumo recibió, a las 8,20 horas la temida comunicación: «Escuadra enemiga acompáñada por buque que parece portaaviones».

Pero el dramático dilema ante el que se encontraba el almirante japonés lo resolvió, por desgracia, el retorno de los aviones de Tomonaga que habían participado en la incursión sobre Midway. Como todos se hallaban escasos de carburante y algunos además averiados, era indispensable disponer rápidamente la cubierta de vuelo. Rechazando el consejo del contraalmirante Yamaguchi, embarcado en el Hiryu, quien le proponía lanzar al ataque sus formaciones aéreas, Nagumo ordenó que se bajasen todos los aparatos que se encontraban en la cubierta para dejar su puesto a los que volvían. Pero cuando terminó esta operación eran las 9,18.

Inmediatamente, en los cuatro portaaviones, comenzaron los preparativos: los 36 bombarderos en picado Val y los 54 Kate, ahora armados nuevamente con torpedos, escoltados por todos los Zero disponibles, (a excepción de los indispensables para la escolta defensiva en torno a los navíos) se dispusieron a entrar en acción. Y justamente mientras se desarrollaban estas operaciones, es decir, en el momento en que los portaaviones eran más vulnerables que nunca, los buques destacados en cobertura en el sector Sur informaron a Nagumo que se estaba aproximando una gran formación aérea. El funcionamiento defectuoso de la catapulta del crucero Tone; el reconocimiento superficial de su tripulación; la perplejidad del mismo Nagumo -a causa quizá de la sorpresa provocada por el ataque de los aviones despegados de Midway, que, por lo demás, no habían producido daños- y, sobre todo, la fatal presunción de que la incursión sobre el atolón se llevaría a término antes de que llegase a la zona cualquier portaaviones enemigo, fueron, todos ellos, factores que, de pronto, pusieron al almirante japonés en una situación desastrosa. El orgullo de los hasta entonces victoriosos portaaviones nipones iba a ser barrido para siempre poco después de una hora.  inicio

Cuando la 16ª. Task Force se alejó en dirección Sudoeste, dejando en aquel lugar el Yorktown en espera de la vuelta de sus aviones de reconocimiento, los portaaviones de Nagumo estaban todavía demasiado lejos para que los aparatos de Spruance pudiesen alcanzarlos y volver después a bordo. Por otro lado, si los japoneses mantenían la ruta hacia Midway, Spruance sólo podría lanzar el ataque poco antes de las 9. Pero, puesto que de los cálculos se deducía que hacia aquella hora los aviones de Nagumo estarían probablemente de vuelta, Spruance decidió correr el riesgo y aceptarlas consecuencias de un lanzamiento anticipado para sorprender al adversario en el momento en que estada en condiciones de inferioridad. El despegue se realizaría con dos lanzamientos consecutivos, que requerirían en total una hora, durante la cual los primeros aviones despegados deberían sobrevolar la formación y esperar a los otros.

El primer avión del total de 67 bombarderos en picado Dauntless, 29 aviones torpederos Devastator y 20 cazas Wildcat, que formaban las fuerzas aéreas de ataque de la 16ª. Task Force, despegó exactamente a las 7,02. Pero cuando los aviones torpederos aún no habían dejado la cubierta de vuelo, la aparición en el horizonte del hidroavión del Tone hizo comprender a Spruance que no podía permitirse el lujo de esperar a que todos sus aparatos se pusieran en formación antes de dar la orden de partida. Así, pues, los bombarderos en picado del Enterprise, al mando del capitán de corbeta McClusky recibieron la orden de partir sin esperar a los aviones torpederos ni a los cazas de escolta. Así, pues, MeClusky se alejó a las 7,52 horas para interceptar a la Escuadra de Nagumo, que, según informes, se dirigía hacia Midway. El resto de los escuadrones le siguió a diversos intervalos, con los aviones de bombardeo en picado y los cazas a una altura de 5700 metros, y los aparatos torpederos volando casi a ras del agua.

La distancia que separaba a los aviones y la dificultad de mantener los contactos, a causa de la estratificación irregular de las nubes, tuvieron consecuencias desastrosas. Los cazas del Enterprise, al mando del teniente de navío Gray, tomaron posición sobre los aviones torpederos del Hornet, mandados por el capitán de corbeta Waldron, pero sin establecer contacto con ellos y dejando sin escolta a los aviones torpederos del Enterprise, conducidos por el capitán de corbeta Lindsey. Por su parte, los cazas del Hornet, tras reiterados y vanos intentos de establecer contacto con sus aviones torpederos, se unieron, por el contrario, a sus bombarderos en picado, y así las formaciones de ataque de la 16'a. Task Force avanzaron independientemente en cuatro formaciones: los primeros bombarderos en picado de McClusky, los bombarderos en picado y los cazas del Hornet y los dos escuadrones de aviones torpederos.

Al principio, todos se dirigieron hacia la posición en la que se suponía se hallaba Nagumo, esperando que éste siguiera hacia Midway. Pero ocurrió que a las 9,18 horas, después del regreso del grupo de asalto de Tomonaga, Nagumo había modificado la ruta y navegaba hacia el Noroeste, a fin de reducir la distancia que le separaba del enemigo. Por lo tanto, al llegar al presunto punto de encuentro con los japoneses, las cuatro formaciones aéreas de la 16ª. Task Force no encontraron a nadie y debieron decidir entre las diversas soluciones que había para realizar la acción. Los bombarderos en picado del Hornet decidieron realizar su búsqueda más al Sudeste, donde, naturalmente, no descubrieron trazas del enemigo. Al acabarse el carburante, algunos bombarderos volvieron al portaaviones y otros se dirigieron a Midway. Los cazas no fueron tan afortunados, y uno a uno, a medida que fueron acabando la gasolina, tuvieron que arriesgarse a un amaraje forzoso.  inicio

En cambio, los dos escuadrones de aviones torpederos, que volaban casi a ras del agua, al dicisar el humo que se alzaba en el horizonte, hacia el norte, se dirigieron a aquel punto y, poco después de las 9,30 horas, descubrieron a los portaaviones japoneses. Aunque privados de la protección de los cazas, se dispusieron a adoptar la ruta de ataque. Ni Waldron ni Lindsey ignoraban que la empresa que se disponían a acometer equivalía a un suicidio. En el último mensaje dirigido a su escuadrón, Waldron decía: «Mi suprema esperanza es encontrar una situación táctica favorable. Pero si no es así y tenemos que enfrentarnos con lo peor, deseo que cada uno haga todos los esfuerzos posibles para destruir al enemigo. Si sólo quedara un avión para lanzarlo al último ataque, hago votos para que este aparato se lance sobre el enemigo y lo alcance. Dios nos asista».

Eran vanas sus esperanzasen cuanto a lo de encontrar una situación táctica favorable. En efecto, más de 50 aviones de caza Zero japoneses se concentraron en torno a la formación norteamericana, incluso antes de que pudiera alcanzar la posición de ataque. El teniente de navío Gray, que mandaba los cazas del Enterprise, y cuyos aparatos se hallaban mucho más elevados que los de Waldron, estaba esperando una señal para acudir en ayuda de este último, según se había acordado previamente; pero la señal no llegó.

Por otra parte, de los cruceros y de los destructores de la escolta enemiga partió un fuego mortífero. Uno a uno fueron abatidos los aviones torpederos. Algunos llegaron a  soltar los torpedos antes de ser alcanzados, pero sin llegar a alcanzar el objetivo. Uno de los pilotos, el guardiamarina George H. Gay, se libró de aquella hecatombe agarrándose a un asiento de goma que flotaba junto a su destruido aparato hasta que, al llegar la noche, pudo hinchar su bote neumático de salvamento sin ser ametrallado por los cazas japoneses.

Cinco minutos más tarde entraron en acción los 14 Devastator del Enterprise. Por puro azar, mientras realizaban el ataque por el costado derecho del Kaga, los aviones torpederos del Yorktown llegaron por el lado opuesto, con la intención de atacar el Soryu, y atrajeron sobre sí un considerable número de cazas de la defensa enemiga.

Por otra parte, la formación de 17 bombarderos en picado del Yorktown, al mando del capitán de corbeta Maxwell F. Leslie, junto con 12 aviones torpederos del capitán de corbeta Lance E, Massey y una escolta de seis Wiktcat, habían abandonado la cubierta de vuelo del portaaviones una hora y cuarto después de la formación de asalto de la 16ª. Task Force. Sin embargo, una valoración más concienzuda de las probabilidades, llevada a cabo por Leslie, los condujo a todos, simultáneamente, sobre el enemigo para efectuar un ataque en masa coordinado, lo que representaba la única esperanza de abrir brecha a través de las defensas. Además, en aquel mismo momento, llegaron también los bombarderos en picado de McClusky, quien, después de haber alcanzado el punto previsto de encuentro con el enemigo, mantuvo durante cierto tiempo la ruta Sudoeste, y luego, tras efectuar una rápida desviación al Noroeste, avistó un destructor que se dirigía a toda máquina hacia el Nordeste y lo siguió. Era el Arashi, que se había retrasado para intentar alcanzar con cargas de profundidad al Nautilus. Y así, McClusky, invirtiendo la ruta para seguir al Arashi, había llegado precisamente sobre el objetivo.  inicio

El ataque concurrente de las dos formaciones de aviones torpederos no obtuvo ningún resultado. Decenas y decenas de Zero volaban a su alrededor, dejando prácticamente fuera del juego al pequeño grupo de los seis Wildcat. Los lentos y torpes Devastator sufrieron la misma suerte de sus predecesores. Lindsey y otros diez pilotos de su formación fueron abatidos y del grupo de Massey sólo se salvaron dos. Los buques japoneses no tuvieron dificultad en evitarlos pocos torpedos que se lanzaron contra ellos.

Sin embargo, el sacrificio de los aviones torpederos no fue inútil, porque, mientras todos los cazas nipones estaban ocupados en la destrucción a baja cota de aquella fácil presa, a una cota más elevada se estaban reuniendo, sin que les viesen ni molestasen, los bombarderos en picado: los 18 de McClusky y los 17 de Leslie, los cuales, inmediatamente después, descendían en picado sobre el adversario.

En el ínterin, en los cuatro portaaviones japoneses estaban a punto determinarlas operaciones de aprovisionamiento de carburante y de rearme. Las cubiertas estaban atestadas de aviones alineados para el despegue. Nagumo había dado ya la orden de lanzamiento y los buques se estaban situando a barlovento. A bordo del Akagi todas las miradas se dirigían abajo, a la cubierta.

Y de improviso, el aullido agudo y cada vez más fuerte de los bombarderos en picado superó el zumbido de los motores ya en marcha de los aparatos nipones. Cuando los japoneses levantaron la cabeza, vieron tres puntos negros, tres bombas de 450 kilos, que se separaban de los tres HellDiver, en picado casi vertical. Las bombas descendieron inexorablemente hacia el objetivo más vulnerable de todos: una cubierta cargada de aviones, con sus depósitos llenos de carburante y con todas sus bombas a bordo. Una de las bombas americanas dio justamente en medio del Akagi, delante del puente de mando y detrás de los montacargas para los aviones; penetró en el hangar y allí estalló, provocando la explosión de los depósitos de torpedos, destrozando la cubierta de vuelo y destruyendo los montacargas. Otra estalló entre los Kate, en la parte de popa de la cubierta, iniciando una terrible deflagración que se unió a la del hangar. En pocos minutos  el buque insignia de Nagumo se vio desgarrado por grandes explosiones, que se sucedian a medida que las llamas llegaban a los depósitos de bencina a las bombas y a los torpedos. El comandante Aoki se dio cuenta de que era imposible reducir los daños y los incendios y convenció al reacio Nagumo a trasladar su insignia a otro buque. El almirante y su Estado Mayor se abrieron paso a través de las llamas hasta el castillo de proa, y desde allí, descendieron por los cables, alcanzaron una lancha que les llevo a bordo del Negará, uno de los cruceros ligeros de escolta.  inicio

UN CAMBIO EN LA GUERRA DEL PACIFICO
No cabe duda de que, al atacar Midway y las Aleutianas, los japoneses proyectaban extender su perímetro defensivo, a fin de ponerse a salvo, con el suficiente margen de tiempo, de cualquier eventual ataque por parte de  Estados Unidos. Paea el almirante Yamamoto esta iniciativa representaba la ocasión que coronaría la obra de Pearl Harbor, pues pensaba destruir completamente a la Flota americana antes de la llegada de refuerzos. Sin embargo, su plan presentaba dos puntos débiles: en primer lugar, era demasiado complicado y muchas unidades no estaban en condiciones de apoyarse recíprocamente; en segundo lugar, Yamamoto, aunque defendía la validez táctica del empleo de los portaaviones, y a pesar de los éxitos que éstos ya habían conseguido, continuaba viendo en sus acorazados el elemento  esencial que destruiría  a la flota estadounidense en cuanto las escuadras de invasión la hubieran inducido a salir. Pero los norteamericanos se dieron cuenta de la trampa que el enemigo les estaba preparando. Sus dos escuadras eludieron la vigilancia adversaria, salieron de las  bases del Pacífico y destruyeron los portaaviones japoneses, retirándose antes de que los navíos de batalla de Yamamoto pudieran intervenir.

Hecatombe en los portaaviones japoneses
El buque insignia había sido atacado tan sólo por tres bombarderos en picado del Enterprise; el resto del grupo aéreo -34 bombarderos en picado- se concentró sobre el Kaga. De las cuatro bombas que lo alcanzaron, la primera estalló delante de la superestructura, haciendo saltar por los aires un carrillo de aprovisionamiento de bencina; las llamas que se originaron invadieron el puente y mataron a todos los que se encontraban arriba, comprendido el comandante. Las otras tres bombas cayeron en medio de los aviones alineados en la cubierta de vuelo y provocaron una serie de incendios y de explosiones que transformaron todo el buque en una inmensa hoguera, análogamente a lo que había ocurrido en el Akagi. En pocos minutos la situación se hizo tan desesperada que el oficial superviviente de mayor graduación ordenó trasladar el retrato del emperador a un destructor de escolta (según disponían las ordenanzas cuando la suerte de un buque no tiene remedio y que se desarrollaba siempre de acuerdo con un riguroso ceremonial). El Kaga, sin embargo, continuó flotando durante bastantes horas.

También el Soryu sufrió un fuerte ataque, desencadenado por los veteranos de la batalla del mar del Coral, quizá los aviadores de la Marina estadounidense que por aquel tiempo tenían más experiencia en el combate. Se lanzaron en picado en tres oleadas, precisos y seguros, a la derecha de la proa, a la derecha de la popa y a popa, arrojando una granizada de bombas de 450 kilos y sin sufrir ninguna pérdida. Tres bombas alcanzaron el objetivo: la primera penetró a través de la cubierta del hangar y la explosión levantó la plataforma de acero de los montacargas, doblándola contra el puente de maniobra; las otras cayeron entre la masa de los aviones y todo el buque quedó invadido por las llamas. Al comandante, capitán de navío Ryusaku Yanaginoto, le bastaron veinte minutos para decidirse a dar la orden de abandonar el buque a fin de evitar que la tripulación se quemase viva. Pero también el Soryu, como los otros buques, sobrevivió todavía bastantes horas antes de desaparecer para siempre entre las aguas.

Así, pues, cinco breves y mortíferos minutos habían bastado para destruir la mitad de la escuadra de portaaviones japonesa, el cuerpo escogido de su Marina. Por el momento el Hiryu, a algunas millas de distancia, permanecía intacto y antes de que acabase el día vengaría, por lo menos parcialmente, a los tres portaaviones de su grupo. No obstante, antes de describir la parte que le correspondió en la batalla preferimos seguirlos avatares de los otros hasta su definitiva destrucción en aguas del Pacífico.

Aunque a bordo del Akagi los daños se habían limitado en un principio a la cubierta de vuelo y a los hangares, quedando intactas las máquinas, los incendios, alimentados por la gasolina de los depósitos de los aviones y por la que salía de las tuberías, eran tan violentos que la tripulación no los pudo aislar. A las 17,15 horas el comandante, capitán de navío Aoki, llegó a la conclusión de que ya no había esperanzas para el buque. Se trasladó entonces el retrato del emperador a un destructor y el portaaviones fue abandonado. Sin embargo, el comandante en jefe no autorizó su hundimiento –que se le había solicitado en seguida- hasta  el amanecer del día siguiente, porque sólo entonces Yamamoto llegó a comprender del todo el alcance de la derrota japonesa y el Akagi fue hundido por los proyectiles de un cazatorpedero.  inicio

Incendios análogos habían devastado también al Kaga, frustrando cualquier intento de salvarlo. Inmovilizado y envuelto en llamas se convirtió en blanco de los torpedos del Nautilus, el cual, después del ataque anterior, había emergido y se dedicaba a dar caza a los maltrechos portaaviones japoneses. Pero incluso como blanco fijo el Kaga era demasiado potente para los deficientes torpedos norteamericanos. De los tres que le lanzó, dos no lo alcanzaron y el tercero no estalló. A las 16,40 la tripulación recibió la orden de abandonar el portaaviones, y a las 19,25 dos explosiones lo desgarraron, yéndose a pique poco después.

Al Soryu le correspondió parecida suerte: la destrucción fue consecuencia de una especie de explosiones interiores intermitentes, que produjeron una gigantesca masa de llamas y de humo. Cuando el capitán de navío Yanaginoto dio la orden de abandonar el buque, decidió inmolarse, muriendo entre las llamas o hundiéndose con su navío. Un grupo de sus hombres, que volvió a bordo con intención de convencerlo, o, si era necesario, de obligarlo a que se salvara, se retiró humildemente ante la resolución del comandante, quien erguido, con el sable desenvainado y la mirada fija ante sí esperaba el fin. Lo dejaron en manos del destino que él había escogido espontáneamente. Mientras se alejaban le oyeron entonar el himno nacional. Yanaginoto estuvo en espera de la muerte hasta cerca de las 19 horas, cuando el Soryu y 718 de sus tripulantes desaparecieron en el océano.

Mientras tanto, antes de que empezara la agonía de los tres portaaviones de Nagumo, habían ocurrido otros muchos acontecimientos. Los primeros supervivientes de los aviones americanos de ataque que se posaron de nuevo sobre la cubierta de sus buques comunicaron que uno de los portaaviones japoneses no había sido localizado todavía: se trataba del Hiryu, que en el momento del ataque estaba lejos de los otros. El almirante Fletcher envió diez aviones de reconocimiento en su busca y asimismo ordenó que se elevase una patrulla defensiva compuesta por una docena de Wildcat. No podía ser más oportuna esta medida. Pocos minutos antes del mediodía, el radar del Yorktuwn reveló que se estaban acercando aparatos enemigos procedentes del Oeste.

Era el grupo de ataque del Hiryu, compuesto por 18 bombarderos en picado y seis cazas y a mando del teniente de navío Michio Kobayashi veterano piloto que había tomado parte en todas las operaciones de la escuadra de portaaviones de Nagumo. Apenas estuvieron en el aire los aviones de Kobayashi, un segundo grupo, formado por 10 aviones torpederos y seis Zero, se preparó también para el despegue. Iría al mando del temible Tomonago. El grueso de Kobayashi había seguido a alguno de los aviones de ataque del Yorktawn y ahora se concentraba sobre el buque insignia de Fletcher. Los Wildcat -por primera vez más numerosos que los Zero de escolta- superaron la defensa japonesa y atacaron a los Val. Derribaron a diez de ellos, comprendido el de Kobayashi, y otros dos fueron abatidos por la artillería antiaérea de los cruceros de escolta.

No obstante, los seis que quedaban demostraron que no habían perdido en absoluto su agresividad, lanzándose en picado contra el portaaviones. El fuego antiaéreo derribó un Val, pero la bomba que antes pudo lanzar estalló en la cubierta de vuelo, matando a muchos hombres e incendiando el hangar situado debajo. Una segunda bomba entró por la chimenea y estalló allí originando otros incendios. Con los tubos de ventilación de tres calderas desgarrados y los hornos de otras cinco o seis apagados, el portaaviones fue perdiendo velocidad progresivamente, hasta que al cabo de 20 minutos, se detuvo. Una tercera bomba penetró hasta la cuarta cubierta, donde, durante cierto tiempo, persistió la amenaza de un incendio en los depósitos de carburante y en el panel de municiones de proa.

Puesto que su buque insignia estaba inmovilizado y no funcionaban ni el radar ni las instalaciones de radio. Fletcher se trasladó al crucero Astoria, y ordenó al Portland que remolcase al portaaviones. Pero la sección de averías logró hacer milagros. Antes de que se fijase el cable de remolque, el Yorktown volvió a estar en condiciones de moverse y de navegar a 20 nudos; mientras tanto en la cubierta de vuelo los cazas se abastecían de carburante. De momento, las perspectivas parecían risueñas. Sin embargo, poco después, el radar de un crucero señaló la presencia de la formación de Tomonaga, a unas 40 millas y avanzando rápidamente.

Los norteamericanos apenas tuvieron tiempo de lanzar ocho Wildcat, que se unieron a las cuatro que ya estaban volando: pero los cazas estadounidenses no lograron superarla cobertura de los Zero que escoltaban a los Kate. Ante los atacantes se levantó una tupida cortina de granadas, en tanto que los cruceros formaban una barrera de espuma con sus cañones de mayor calibre, levantando verdaderas murallas de columnas de agua a través de las cuales parecía imposible que pudieran pasar los kate en vuelo rasante.  inicio

El Yorktown es herido de muerte

Se consiguió abatir cinco Kate, pero los restantes, que se acercaron en cuatro direcciones distintas, desplegaron toda su mortífera habilidad, lanzándose en picado para soltar los torpedos a quemarropa, a una distancia de 450 metros. Era imposible que el portaaviones los pudiera evitar. Dos lo alcanzaron por el costado de babor, desgarrando el doble fondo con los depósitos de carburante y provocando en el buque una escora de 26 grados y la detención de la distribución de energía. El Yorktown estaba a punto de zozobrar. A las 15 su comandante, el capitán de navío Buckmaster, dio la orden de abandonarlo.

Mientras tanto, los bombarderos en picado de la 16ª. Task Force de Spruance, que operaban a unas 60 millas al nordeste del Yorktown, realizaban una acción de represalia sobre el Híryu. Veinticuatro Dauntless llegaron por sorpresa sobre él y en seguida iniciaron el ataque. Inútilmente el portaaviones realizó bruscas evoluciones para evitar las bombas, pero fue inútil. Cuatro lo alcanzaron, y una despidió el montacargas anterior contra el puente de maniobra, mientras las otras provocaban incendios y explosiones en cadena que condenaron al buque al mismo final que sus compañeros. A las 21,23 se pararon las máquinas. Los desesperados esfuerzos para dominar los incendios continuaron durante la noche; pero a las 2,30 de la madrugada siguiente no hubo más remedio que abandonarlo y hacer que lo torpedease un destructor de escolta.

Prácticamente, la batalla de Midway había concluido el 4 de junio, en el momento en que desaparecieron los cuatro portaaviones japoneses y el norteamericano Yorktown. Pero eso no lo sabían aún ni los comandantes japoneses ni los norteamericanos, y las maniobras y los encuentros de menos trascendencia se prolongaron durante dos días más. Los comandantes nipones, a excepción de Nagumo, se resistían a creer que la pérdida de los cuatro portaaviones significaba la desmota y el fin de la operación Midway. El almirante Kondo, con sus dos acorazados, sus cuatro cruceros pesados y el portaaviones ligero Zuiho, se había puesto en marcha, a mediodía del 4 de junio, para acudir en socorro de Nagumo. Y poco después Yamamoto ordenaba a todas las unidades diseminadas que se concentrasen para atacar al enemigo. El mismo, con el grueso de la Flota, se estaba acercando a toda máquina desde el Oeste para arrojar a la lucha el peso de los cañones de 460 mm del gigantesco Yamato y los de 406 del Nagato y del Mutsu. Todavía se obstinaba en subestimar al adversario, y soñaba en una batalla al estilo clásico, en la que su poderosísima Escuadra derrotaría a la Task Force americana y vengaría las pérdidas sufridas el día anterior. La gran acción naval, con los acorazados alineados majestuosamente, lanzándose unos a otros potentes andanadas, constituía aún su sueño y su auténtica finalidad.

Pero este concepto de guerra naval había sido eliminado, por la fuerza de las circunstancias, de la estrategia americana después del ataque a Pearl Harbor. Raymond Spruance, que durante la guerra se manifestó como uno de los almirantes más hábiles, no se dejaría atraer jamás, y menos aún de noche, hacia el radio de acción de los acorazados de Yamamoto; pues, en tal caso, sus portaaviones, que no estaban, ni mucho menos, preparados para efectuar operaciones nocturnas, se encontrarían irremediablemente en condiciones de total inferioridad. Así, pues, el anochecer, se alejó del escenario de la batalla, dirigiéndose hacia el Este, a fin de alcanzar al día siguiente una posición desde la que podría tener la doble posibilidad de seguir a las fuerzas enemigas en retirada o bien de impedir un nuevo desembarco en la isla de Midway.  inicio

El comandante en jefe nipón se negó a reconocer las proporciones del desastre hasta primeras horas del 5 de junio, cuando ordenó, a las 2,55, la retirada general. Esta es la razón por la cual los 58 bombarderos en picado que Spruance había lanzado desde sus dos buques la tarde del 5 en busca del grueso de Yamamoto no encontraron ningún navío, excepto un destructor solitario que rastreaba las aguas en busca del Hiryu.

Cabe recordar, aunque brevemente, dos incidentes. Cuando Yamamoto ordenó la retirada general, los cuatro cruceros pesados del grupo de apoyo del almirante Kurita -Kumano, Suzuya, Mikuma y Mogami- se encontraban al oeste de Midway, hacia la que se dirigía para bombardearla al amanecer. Apenas recibida la orden, invirtieron la ruta, siendo entonces avistados por el submarino americano Tambor. El buque insignia japonés avistó a su vez al submarino, transmitiendo a toda la formación a babor; pero no las recibió  el Mogami, que se encontraba en la retaguardia y que, siguiendo la ruta inicial, entró en colisión con el Mikuma. A consecuencia del choque, el Mogami sufrió graves daños, que redujeron su velocidad a 12 nudos. Kurita dejó el Mikuma y dos destructores para que escoltasen al buque averiado y reemprendió la navegación a toda velocidad con el resto de la formación.

Al tener noticia de ello en Midway, despegaron doce «fortalezas volantes», que no lograron localizar al enemigo. No obstante, poco después, bombarderos en picado del cuerpo de los marines advirtieron la larga estela de nafta que el Mikuma había dejado y la siguieron hasta encontrar al buque y atacarlo. Sus bombas no alcanzaron el objetivo; pero el avión del capitán de navío Richard E. Fleming cayó y fue a aplastarse contra la torre de popa del Mikuma, y los vapores de gasolina, absorbidos por la sala de máquinas de estribor del crucero, estallaron.

A pesar de esto, el Mikuma y el Mogami continuaron alejándose hasta el día siguiente, cuando Spruance, abandonada ya la esperanza de asestar otro golpe al grueso de la Escuadra de Yamamoto, pudo lanzar sus bombarderos en picado contra ellos. Consiguieron hundir el Mikuma, mientras el Mogami, a pesar de haber experimentado gravísimos daños, logró salvarse y alcanzar la base japonesa de Truk.

En el ínterin, mucho más al Este, el Yorktown, sin tripulación, había ido a la deriva toda la noche del 4 al 5 y a mediodía del 5 flotaba todavía; evidentemente, lo habían abandonado demasiado pronto.

Una escuadra de salvamento volvió a bordo y se tomó al buque a remolque; pero en aquel momento el submarino japonés I-168, enviado expresamente por Yamamoto, lo alcanzó con dos torpedos. A las 6 horas del 7 de junio, el Yorktown se iba a pique.

Al anochecer del día anterior, Spruance había dado orden a su Escuadra de dirigirse al Este para encontrarse con los buques cisterna. La batalla de Midway había terminado.
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