Segunda Guerra Mundial |
Diciembre de 1941-Mayo de 1942 CORREGIDOR CAPITULA Cuando los hombres del 4° de marines de Bataán embarcaron y se dirigieron hacia Corregidor no abrigaban muchas esperanzas respecto al posible desenlace del viaje. Habían escuchado a un locutor de la radio de Manila que comunicaba al mundo, y, por consiguiente, a los japoneses, que los marines emprenderían la travesía aquella noche. Estos hombres creían que los nipones no dejarían escapar la ocasión de atacarlos mientras se encontrasen indefensos en sus embarcaciones. No obstante, la travesía se desarrolló sin novedad. Una vez desembarcados empezaron a alimentar alguna esperanza, basándose en la supuesta invulnerabilidad de la roca. En efecto, como podían comprobar, Olongapo había quedado destruida, los astilleros de la Marina en Cavite y en Sangley Point estaban en ruinas, los bombardeos machacaron los grandes aeropuertos y otras instalaciones militares; pero la «roca» estaba aún intacta, parecía invulnerable... o, por lo menos, eso decían los soldados de su guarnición. El día 29 los marines fueron informados, por sus comandantes de compañía, sobre la organización de las defensas portuarias. Muchos veteranos del regimiento ya habían estado antes en Filipinas, y les contaron a sus compañeros las maravillas del Gibraltar de Oriente. Los fabulosos túneles, el armamento pesado, la nave de cemento del fuerte Drum; todo ello un tanto exagerado por la animada fantasía de los narradores. En realidad, las defensas portuarias de la bahía de Manila consistían en cuatro fuertes construidos en islas. El fuerte Mills era la isla de Corregidor. Tenía forma de renacuajo, y medía 415 km de longitud por 2,5 de anchura máxima. La cabeza del «renacuajo» apuntaba hacia el Oeste y la cola se extendía hacia el Este; el punto en que la cola se unía a la cabeza tenía poco más de 500 metros de anchura. Esta zona, baja y estrecha, se llamaba Bottomside, y en ella había un pequeño pueblo, muelles, tiendas y almacenes, la central eléctrica y las instalaciones frigoríficas. Al oeste de Bottomside, el promontorio formaba una elevación, con una pequeña llanura que recibía el nombre, bastante apropiado, de Middleside. Allí se encontraban los cuarteles y el hospital. Topside (zona alta) era otra llanura, y además el punto más alto de la isla. En él se hallaba la plaza de armas, alrededor de la cual se encontraban los alojamientos de los oficiales, los puestos de mando y un cuartel. Desde Topside, los acantilados bajaban perpendicularmente hasta el mar, pero estaban cortados por dos cañadas, la Cheney y la James, por las que se podía ir desde la playa a las zonas de Middleside y de Topside. La parte más extensa de la cola de Corregidor era la colina de Malinta, bajo la cual se encontraba la obra más importante de la isla: el túnel de Malinta. El túnel principal medía 427 metros de longitud y 9 de anchura. Contaba con 25 ramificaciones, a intervalos regulares, de 122 metros cada una. En una de estas ramificaciones se hallaba el hospital y en otras el Servicio de Intendencia militar. Desde la colina de Malinta, la isla se extendía hacia la punta, y en aquella zona el terreno llano permitía la existencia del pequeño aeródromo de Kindley. En teoría, el armamento de Corregidor era imponente. Cincuenta y seis cañones costeros, de un calibre que oscilaba entre los 76 mm y los 304 mm, coronaban la isla. Dos de los cañones de 304 mm tenían un alcance de 24 km; además había seis cañones, también de 304, cuyo alcance era de 14 km, y diez morteros del mismo calibre. Diecinueve cañones de 155 mm tenían un alcance de 15.000 metros. Para la defensa antiaérea se disponía de 24 cañones de 76 mm, 48 ametralladoras de 12,7 y 5 reflectores con espejo de 152 mm de diámetro. inicio La principal preocupación, en el aspecto logístico, era el abastecimiento de municiones. Había muchas municiones, desde luego, pero pocas del tipo adecuado para su utilización contra objetivos terrestres; y no había proyectores de iluminación que permitiesen efectuar acciones de fuego nocturno. Para construir el fuerte Drum los ingenieros habían aislado totalmente la parte elevada de la isla El Fraile; con los cimientos sobre la propia roca, construyeron un recinto acorazado de 106 m de largo por 44 de ancho, con muros de hormigón que alcanzaban un espesor de 11 m. El acorazado americano Drum, como le llamaban los marineros, estaba armado con cuatro cañones de 356 mm y otros cuatro de 152 mm, y su defensa antiaérea consistía en tres piezas de 76 mm. La más meridional de las islas fortificadas era la de Carabao, tan sólo a 450 m de la costa de la provincia de Cavite. En esta isla se construyó el fuerte Frank, cuyo armamento estaba constituido por 21 cañones, de un calibre que variaba desde los 356 mm a los 75 mm en la artillería que defendía los embarcaderos. En tiempos de paz, la fuerza total de las islas fortificadas de la bahía de Manila no pasaba de los 6000 hombres, la mayor parte de los cuales estaba de guarnición en Corregidor; pero, con la guerra, la situación había cambiado. A medida que la zonas militares se evacuaban, las islas se poblaban: primero llegaron los supervivientes de la base naval de Cavite, después las tropas de los mandos y de los servicios logísticos de Manila. El día de Navidad, el general Douglas MacArthur estableció allí su puesto de mando, y con él llegaron una compañía de la policía militar, dos compañías del servicio de armamentos, una de ingenieros y un destacamento de los Servicios. Cuando llegó el 4° de marines, la isla estaba ya llena de hombres de todas las Armas. El 29 de diciembre, a las 11,30 sonó la alarma aérea, acogida con indiferencia por la guarnición y con temor por los recién llegados. Al poco rato se oyeron las detonaciones de la defensa antiaérea, y poco después una formación de 18 bombarderos bimotores japoneses dejó caer su primera carga de bombas. El teniente general Masaharu Homma era un soldado con mucho sentido de la realidad y un buen táctico. No creía que la fortaleza de Corregidor fuera inexpugnable; pero su primer objetivo era apoderarse de Manila y derrotar al ejército de MacArthur... Corregidor podía esperar. No había peligro de que escapase. Así, pues, una vez tomada Manila, cursó las órdenes para un ataque aéreo sobre la fortaleza. La 5ª. División aérea del Ejército, del teniente general Hideoshi Obata, arremetería contra la isla con toda su fuerza a mediodía del 29 de diciembre, y una hora después los bombarderos de la 11ª. Fuerza Aérea de la Marina intervendrían para continuar la operación. Llegaron con seis minutos de adelanto. A las 11,54 horas, la primera escuadrilla, apoyada por 19 cazas, llegó sobre la «roca». Sobrevolaron la isla en todas direcciones durante media hora, lanzando bombas de 100 y de 250 kg. A las 12,30 aparecieron 22 bombarderos ligeros y 18 bombarderos en picado; después entró en escena la Marina. Utilizando, en esta ocasión, unos 60 aviones, los japoneses prosiguieron el ataque durante una hora por lo menos. El puesto de mando de la USAFFE se encontraba en Topside, y, cuando sonó la alarma aérea, MacArthur salió a observar lo que pasaba. Permaneció con aire indiferente mientras la primera oleada de aviones dejaba caer sus bombas. «¡Agáchese, general, agáchese!» -gritó un ayudante de campo-; pero el general siguió de pie durante todo el ataque, hasta que su ayudante consiguió convencerle para que subiera a un coche y se trasladara al túnel Malinta. Los cañones de 76 mm derribaron tres bombarderos que volaban a gran altura, y las ametralladoras de 12,7 cuatro de los bombarderos en picado japoneses. En la isla reinaba un completo desbarajuste. En la primera oleada, las bombas destruyeron el círculo de oficiales, el hospital de la guarnición (que había sido evacuado) y muchos edificios de Topside y Bottomside. Otras oleadas de bombarderos alcanzaron objetivos más importantes; pero los resultados fueron los mismos en todas partes. Bajo la nube de polvo y de humo, Corregidor ofrecía el aspecto de una masa de planchas rotas y retorcidas. Después de aquella primera incursión las cosas se presentaban muy mal para los moradores de la fortaleza. Los bombarderos volvieron a actuar los días 2, 3, 4, 5 y 6 de enero, lanzando sus bombas desde una altura variable, entre los 7000 y los 8000 metros. Las baterías antiaéreas reaccionaron siempre muy eficazmente. Durante el resto del mes la «roca» se vio libre de los bombardeos, pues la 5ª. División aérea japonesa había dejado Filipinas. Fue entonces cuando empezaron a difundirse los rumores. Muchos soldados tomaron al pie de la letra lo que dijo el presidente Roosevelt cuando anunció: Centenares de buques... miles de aeroplanos... están llegando para socorreros. Los hombres esperaban día tras día este soñado convoy, y al amanecer subían a los puntos más elevados, oteando el horizonte, con la esperanza de verlo llegar. Hasta aquel momento la roca no había sido bombardeada por la artillería; pero, a fines de enero, una batería japonesa, al mando del comandante Toshinori Kondo y emplezada cerca de Ternate, a menos de 19 km de Corregidor, empezó a disparar con intervalos de un mínimo durante tres horas. Se intento localizar los asentamientos de los cañones de Kondo; mas fue en vano. Hacían poco daño, es cierto; pero ponían a prueba los nervios de los defensores. Mientras tanto, el Presidente Roosvelt se preocupaba por el destino de Bataán y de Corregidor; pero, especialmente, por el MacArthuer. Estados Unidos no podían permitirse el lujo de perder a su soldado más famoso; por ello como ya se ha dicho, el 22 de febrero se ordenó a MacArthur que se trasladara a Autralia. Para la gente de Corregidor la salida del general representaba un rayo de esperanza: sabían que, si era humanamente posible hacer algo por ayudarles, MacArthur lo haría. A mediados de marzo, la batería del comandante Kondo había dejado ya de disparar; pero entonces el coronel Masayoshi Hayakawa y su 1.er Regimiento de artillería pesada se instalaron en las colinas de Pico de Loro, cerca del fuerte Frank. Este regimiento disponía de diez de las más potentes piezas de artillería del Ejercito japonés: los obuses de 240 mm. Con estos colosos empezaron a bombardear los fuertes Frank y Drum, consiguiendo infligir graves daños al primero; en cambio, los 11 metros de hormigón que protegían el fuerte Drum resistieron el bombardeo magníficamente. El 22 de marzo el destacamento Hayakawa se retiró para tomar parte en el ataque final contra Bataán. Los fuertes americanos tuvieron entonces unos momentos de descanso; pero el 24 de marzo se reanudaron los bombardeos aéreos. El general Homma había iniciado la última fase de su ofensiva para conquistar la «roca». Efectuaron el ataque 60 aviones del Ejército y 24 de la Marina. Partiendo del aeródromo Clark, cada avión podía realizar tres o cuatro vuelos al día, de modo que los japoneses pudieron comenzar los ataques a las 9,30 y continuarlos hasta las 16,30. Aquella noche llevaron a cabo el primer bombardeo nocturno de la campaña, y en los tres días que siguieron enviaron un mínimo de 50 bombarderos al día. Las incursiones causaron muchos daños; pero, una vez más, se pudo decir que los artilleros del 60° habían salvado la «roca». La central eléctrica del Fuerte Mills estaba aún intacta; y si bien algunas posiciones costeras fueron alcanzadas, las pérdidas eran leves. Corregidor estaba todavía en condiciones de combatir. No obstante, comenzaba a advertirse la escasez de víveres; las tropas estaban a media ración desde el día 1 de enero.inicio Después de la capitulación de la península de Bataán, Corregidor se encontró ya bajo el tiro directo de los japoneses, pues estaba a unas tres millas de la citada península. Los japoneses utilizaron todos los tipos de cañones, desde los de 75 mm hasta los de 240 mm, para martillear aquel pequeño objetivo. En cuanto la artillería desplegó y se elevó el aerostato para observar el tiro, se inició el mortífero duelo. Desde el aerostato, los observadores podían localizar con precisión los objetivos de Corregidor, y dirigir el tiro de las baterías contra cualquier punto. Era, desde luego, un combate desigual. Pero las baterías de Corregidor tuvieron también sus momentos de éxito. Los morteros Geary alcanzaron una posición artillera japonesa, destruyendo una batería entera, luego un depósito de municiones, y, finalmente, algunos carros de combate. Sin embargo, cuando los grandes obuses japoneses de 240 mm comenzaron a responder al fuego, con sus proyectiles de 180 kg y con espoleta a tiempo, se decidió el destino de la lucha. El 15 de abril la batería James sufrió 42 bajas cuando, a causa del fuego de la artillería pesada enemiga, se desplomó una gran roca sobre un refugio provisional de los artilleros: los hombres perecieron asfixiados antes de que los equipos de socorro pudieran sacarlos. La batería Crockett fue también alcanzada, y las baterías Geary y Craghill quedaron fuera de combate al poco rato de romper el fuego. Sólo los cañones de 356 mm de la batería Wilson, en el fuerte Drum, que tenían torreta, consiguieron permanecer constantemente en acción. El 29 de abril, día del cumpleaños del emperador Hirohito, los artilleros japoneses se prepararon para celebrar la fiesta: amontonaron municiones durante varios días, y, a una señal convenida, a las 7,25 horas, comenzaron su «saludo al emperador». El estruendo era enloquecedor; los grandes cañones disparaban, o así les pareció a los desconcertados defensores, con la rapidez de las ametralladoras. Los enormes obuses de 240 mm entraron en acción, y las fragorosas explosiones de las granadas lanzaron a los defensores de las playas fuera de sus refugios. Mientras tanto, los bombarderos atacaban desde el cielo; pero en aquel momento el fuego de artillería era tan intenso que los hombres de Corregidor ni siquiera se dieron cuenta de que estaban sufriendo también un ataque aéreo. El fuego de la artillería continuó durante otros dos días. Después, el 2 de mayo, los japoneses aun lo intensificaron: en el espacio de cinco horas lanzaron un total de 3600 disparos sobre la zona de las baterías Geary y Crockett. Al final, un proyectil perforante y con espoleta retardada de los obuses de 240 mm, penetró a través del cemento, ya debilitado, de uno de los polvorines principales de la batería Geary. Entonces, a los japoneses del aerostato de observación les pareció que toda la isla de Corregidor había estallado. Y también lo creyeron los defensores. Incluso en Bottomside la sacudida fue tan violenta que causó hemorragias de nariz y de oídos. Varios morteros de 13 toneladas de peso volaron por los aires, como si fuesen juguetes; se encontró uno de ellos en lo que había sido un campo de golf, a 136 metros de distancia. Cayó asimismo una lluvia de escombros mezclada con granadas de mortero de 305 mm sin estallar. En cuanto se disipó el humo, los hombres, tambaleándose, salieron de sus refugios para iniciar las operaciones de socorro; afortunadamente, los japoneses suspendieron el fuego por aquel día, pues de lo contrario las pérdidas humanas habrían sido tres veces superiores. La mañana del día 5 los japoneses abrieron fuego otra vez con todas las armas que poseían, y entonces la reacción de la artillería de Corregidor ya se reveló débil, pues la mayor parte de las baterías estaban inutilizadas. A las 18,30 todas las organizaciones defensivas correspondientes a los puntos de desembarco estaban bajo el fuego japonés; pero más tarde el fuego de artillería se desplazó hacia la cola de la isla y hacia las playas de la costa septentrional. A las 21, mientras el fuego se hacía más intenso, el coronel Howard ordenó que se sacaran todas las armas de los refugios y se guarnecieran las playas.inicio Media hora después, los aerófonos del Regimiento de artillería antiaérea 60 captaron el ruido de las barcazas de desembarco que se ponían en movimiento en los alrededores de Limay. Los japoneses estaban llegando. Era aquélla una situación extraña. Las playas estaban guarnecidas por un grupo heterogéneo de marines, soldados, marineros, paisanos y exploradores filipinos: la tropa más maltrecha y variada que se había visto jamás en un combate. Su armamento iba desde los fusiles Enfield hasta los lanzagranadas. La bien instruida División 4 japonesa de Homma no tendría la menor dificultad en desembarcar con una defensa semejante, sobre todo después del bombardeo preparatorio; no obstante, y pese a la luz de la luna, los timoneles de las barcazas tuvieron dificultades para llegar a las zonas que se les había asignado para el desembarco. Una corriente inesperada, que recorría el canal Norte, empujó a la fuerza de desembarco lejos de la zona establecida, hasta la cola de la isla, a miles de metros de distancia de su objetivo. Y mientras las barcazas iban a la deriva, hacia el Este, intentando luchar contra la corriente, las defensas costeras abrieron fuego contra ellas con los cañones de 75 y de 37 mm, con las ametralladoras y hasta con los fusiles. Los japoneses, que esperaban un desembarco fácil, quedaron completamente desconcertados. Sin embargo, un 30% de ellos, por lo menos, consiguió desembarcar y establecer una cabeza de puente. Por otra parte, algunas embarcaciones, una de las cuales llevaba a bordo al coronel Gempachi Sato, que mandaba una unidad del Regimiento de infantería 61, llegaron a la isla sin ser advertidas. Mientras los defensores de las playas seguían disparando contra la segunda oleada de desembarco, el coronel Sato organizó a los supervivientes y emprendió su marcha hacia el túnel Malinta. Los combates que se trabaron a continuación fueron tan confusos que no se puede dar una relación clara de ellos. Pequeños grupos establecieron reductos y los defendieron hasta la muerte; pero, al final, la falta de comunicaciones entre los defensores aceleró el desastre. Al amanecer del día siguiente, algunos de los grupos que guarnecían las playas aún no sabían que los japoneses habían desembarcado. El mismo coronel Howard no supo nada del desembarco hasta medianoche, y cuando ordenó que la reserva de su regimiento entrase en acción, ésta encontró muchas dificultades para pasar por el túnel Malinta y llegar a la zona del combate. Y se dio el asombroso caso de que, con 15.000 hombres en Corregidor, de los cuales 4.000 ó 5.000 estaban concentrados en el túnel Malinta, Howard y Moore se encontraron en la posibilidad de reunir una reserva capaz de oponerse a 1000 japoneses. Había muchos soldados de los servicios, técnicos y oficiales disponibles, pero lo que la «roca» precisaba en aquellos momentos eran combatientes. Por su parte, el general Homma también se estaba mordiendo las uñas de desesperación. Al enterarse de que la mitad, o los dos tercios, de los medios de desembarco habían sido destruidos, se dio cuenta de que existía el serio peligro de que los americanos arrojaran al mar a sus soldados. Y si bien disponía aún de 14.000 hombres, ya no le quedaban más que 21 embarcaciones. Cuando se le confirmó que los americanos estaban contraatacando fue presa del pánico. No obstante, el ataque japonés no fracasó. Pequeños destacamentos habían envuelto por los flancos a los elementos americanos que contraatacaban; también se había desembarcado la artillería ligera, que proporcionaba un eficaz fuego de apoyo, y, en fin, el golpe final se asestó a las 10, cuando entraron en acción tres carros de combate que los nipones consiguieron desembarcar. Corregidor ya estaba perdida. Se había empleado todas las reservas, todos los cañones se hallaban inutilizados y los japoneses ya estaban solidamente instalados en una cabeza de puente. El día 6 de mayo, a las 10 horas, el general Wainwright ordenó a su ayudante de campo que transmitiese un mensaje de rendición al general Homma, y se dio orden a las tropas de destruir las armas. Corregidor, la fortaleza «invulnerable» había caído... Las reacciones de los hombres de la «roca» fueron muy diversas. Algunos entraron e los almacenes de alcohol medicinal y se emborracharon; otros se lanzaron sobre las reservas de víveres acumulados y comieron hasta hartarse. |
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