Los héroes de Budapest

Muguiro, Sanz Briz y Perlasca, representantes de España en Hungría, salvaron a más de cinco mil quinientos judíos de la persecución nazi

HASTA FINALES DEL AÑO 1943, Budapest, la bella capital de Hungría, podía ser considerada como un verdadero oasis de paz y bienestar en medio de una Europa martirizada por la guerra. Había algunas restricciones, pero funcionaban las comunicaciones y el correo; los menús de los restaurantes eran casi normales; la ópera, los teatros y los cines ofrecían sus variados espectáculos...
Desde 1938, existía en Hungría una legislación antisemita, que con los años fue agudizándose hasta culminar con la ley de abril de 1942, por la que muchas propiedades hebreas fueron expropiadas sin compensación. No obstante, aunque el régimen autoritario existente, personificado en la figura del regente Horthy, era oficialmente antisemita, admitía que la participación de los judíos en la economía era beneficiosa para el país, por lo que aquellas leyes se aplicaban sin rigor. En las zonas rurales, la situación era más dura: entre 1941 y 1944 tuvo lugar una serie de pogromos que costaron la vida a más de 60.000 judíos.

Pero todo iba a empeorar. En marzo de 1944, descontento Hitler "por el débil el esfuerzo de los húngaros en la consecución de la victoria final", ordenó la invasión del país y Horthy fue obligado a designar un Gobierno pronazi presidido por Dame Sztojay, quién accedió a la exigencia alemana de eliminar a la comunidad judía, acusándola de espionaje. Para activar la operación, el 9 de marzo se trasladó a Budapest Adolf Eichmann, Obersturmbarnfuher las SS, responsable del transporte de judíos hasta los campos de exterminio.

Protestas y visados
Miguel Ángel Muguiro, a la sazón ministro de España en Budapest, se entrevistó con el ministro húngaro de Asuntos Exteriores para refutar aquella acusación y, posteriormente, informó a Madrid: "Las detenciones aumentan de día en día. Muchos de los arrestados han sido conducidos a Alemania e internados en campos de concentración. En estas circunstancias, ¿puede hoy considerarse a Hungría un país soberano?"

Llegado el mes de marzo, se promulgó otro decreto antisemita, descrito por Muguiro como "más cruel que la legislación alemana sobre el particular". A partir del 5 de abril, todo judío mayor de seis años fue obligado a llevar la estrella amarilla de David cosida en su ropa. Muguiro seguía informando: "La ciudad aparece llena de individuos que ostentan la insignia amarilla. Muchas casas de judíos han sido saqueadas por la Gestapo y sus habitantes, maltratados y arrestados por esa despiadada policía". El 20 de mayo, Muguiro enviaba a Madrid la carta de una personalidad cristiana, "en la que se describía el cruel tratamiento del que eran víctimas los judíos húngaros y su traslado en vagones de ganado cerrados a Polonia, probablemente para matarles".

Mientras tanto, habían surgido problemas entre los dos países. El ministro húngaro en Madrid, señor Ambro, se negó a reconocer al nuevo Gobierno títere de Budapest y, por otra parte, Madrid retrasaba indefinidamente la concesión del placet al representante diplomático propuesto por Sztojay. El Ministerio húngaro de Exteriores culpaba a Muguiro de esta tensión, por informar erróneamente a sus superiores. La crisis se resolvió cuando, en junio de 1944, Muguiro abandonó Budapest y cedió "la responsabilidad de la Legación de España al Secretario de Embajada Angel Sanz Briz, quien le sustituyó como Encargado de Negocios". Cupo a Miguel Ángel Mugiro la honra de haber tramitado visados españoles para 500 niños, de entre cinco y quince años, que debían viajar a Tánger pero que, a causa del conflicto bélico, no pudieron salir de Hungría. Protegidos de la barbarie nazi por la Legación de España, salvaron sus vidas.

Un diplomático valeroso
Ante las repetidas protestas de las Legaciones de los países neutrales -España, Portugal, Suecia, Suiza y el Vaticano- por las deportaciones, el Gobierno de Sztojay ordenó su suspensión y envió a las representaciones diplomáticas una nota en la que justificaba la necesidad de esos traslados de trabajadores, esenciales para el esfuerzo bélico. Para tener bien localizados a los 250.000 judíos de Budapest, el 15 de julio se les concedió un plazo de cinco días para que se concentraran en una zona próxima a la isla Margarita. Eran los inicios de la formación del gran gueto y del masivo saqueo de los hogares judíos por los criminales de las SS y los cruzflechados del partido nazi húngaro.

Sanz Briz comunicaba a Madrid el 24 de julio: "El Nuncio Monseñor Rotta nos notificó que han sido deportados casi medio millón de judíos, de los cuáles dos tercios habían sido ya asesinados y entre esos desgraciados deportados se hallaban numerosas mujeres, ancianos y niños perfectamente incapacitados para el duro trabajo y sobre cuya suerte corren los rumores más pesimistas". Pero, además de informar, Sanz Briz había comenzado a conceder visados españoles a los judíos.

El conocimiento de las matanzas de los judíos húngaros provocó una serie de peticiones aliadas a los países neutrales para que sus diplomáticos en Budapest les protegiesen. Una de aquellas solicitudes afectaba a 1.684 hebreos que, documentados por los visados concedidos por Sanz Briz, lograron abandonar, en agosto de 1944, el campo de exterminio de Bergen-Belsen y pudieron alcanzar Suiza.

El diplomático español mantenía una estrecha amistad con el nuncio, Angelo Rotta, y se unió a sus quejas oficiales ante el Gobierno húngaro por el trato inhumano dado a los judíos, cuyas deportaciones se reanudaron mediado agosto. Sanz Briz, el nuncio y otros colegas neutrales enviaron otra protesta al Gobierno húngaro, exigiendo "el fin a esos inhumanos procedimientos que nunca debieron haber comenzado, porque es inadmisible que seres humanos sean brutalmente perseguidos y asesinados por el simple hecho de su origen racial".

Días más tarde, Sanz Briz envió a Madrid un informe de 30 folios redactado por dos fugitivos de los campos de exterminio de Auschwitz y Birkenau, en el que con toda crudeza se describían "las monstruosas crueldades que nazis y cruzflechados están perpetrando en Hungría contra individuos de raza judía". Al final del despacho que incluía aquel trágico informe, en el que se denunciaba el asesinato masivo de judíos en cámaras de gas, Sanz Bríz apostillaba: "De las noticias que he obtenido de mis colegas en el cuerpo diplomático aquí acreditado y de otras fuentes bien informadas, afirmo que gran parte de los hechos que en él se descubren son desgraciadamente ciertos".

Milagrosa multiplicación de los sefarditas
Desde hacía tiempo, el regente Horthy negociaba un armisticio con los aliados. Enterado Hitler, ordenó su derrocamiento, que tuvo lugar el 15 de octubre. Horthy fue detenido y se hizo con el poder Ferenc Szalasi, jefe del partido nazi húngaro Cruz  Flechada. En aquellos días se multiplicaron los asesinatos de judíos y el saqueo de sus domicilios por elementos de las SS y de los cruzflechados. En tan crítico momento, Sanz Briz consiguió el visto bueno del Gobierno húngaro para conceder pasaportes españoles a 100 judíos sefarditas  -en la capital, solamente había 45-. Luego extendió la condición de sefardita a toda su parentela, de modo que la cifra se incrementó hasta alcanzar un total de 397 pasaportes.

El 11 de noviembre, Sanz Briz se entrevistó con el gauleiter (gobernador alemán) de Budapest, con quién "se trabajó" una "buena amistad" y consiguió que los "nuevos españoles" fueran respetados. Sin embargo, a partir de octubre, con la capital ya  prácticamente cercada por el ejército soviético, las deportaciones continuaron realizándose por la única carretera libre que quedaba. En aquellas marchas de la muerte, los agotados y enfermos que no podían proseguir eran asesinados in situ.

El 17 de noviembre, monseñor Rotta, Sanz Briz y los representantes de Suecia y Suiza, "frente a tales atrocidades, movidos por sentimientos humanos", entregaron al jefe del Gobierno otra dura nota de protesta, que tuvo efectos positivos. De entrada, Sanz Briz pudo rescatar a 30 judíos de una de las marchas de la muerte y el 21 de noviembre, el Ministerio del Interior decretó que los judíos protegidos por los países neutrales debían concentrarse en un gueto especial hasta que pudieran viajar a los países protectores.

Sanz Briz relata cómo, "ayudado por un grupo de judíos amigos, pude alquilar varios edificios – 8 casas- en las que fuimos albergando a cuantos pudimos facilitar, por una razón u otra, documentación española. En las puertas de esos edificios pusimos unos carteles, en húngaro y alemán, que decían: “Anejo a la Legación de España. Edificio Extraterritorial'. Los demás judíos de Budapest  -unos 75.000-  alojados en el gueto común, serían "prestados" a Alemania como trabajadores y su suerte "se resolvería una vez concluida la guerra".

Los informes de Sanz Briz y la presión aliada impulsaron al Ministerio de Asuntos Exteriores español a autorizar a su representante en Budapest que protegiera a los judíos sin restricciones legales. Esta disposición hizo que el número total de protegidos de Sanz Briz alcanzara la cifra de 2.795 que fueron alojados en aquellas casas: 1.898 con cartas de protección, 45 auténticos sefarditas con pasaportes ordinarios, 352 con pasaportes especiales y los 500 niños protegidos desde agosto de 1944. Sanz Briz se quejaba, indignado, al Ministerio de que "no se les permite salir de sus alojamientos más que entre 8 y 9 de la mañana. El resto del día permanecen hacinados en sus habitaciones".

La condición que el Gobierno húngaro imponía a Sanz Briz para conceder las cartas de protección era que el presunto protegido tuviera origen sefardita, circunstancia que sólo se daba en 45 casos. Para ampliar su número, Madrid atribuyó este origen a aquellos judíos que tuvieran parientes o relaciones comerciales con España o, simplemente, si estuviesen tramitando la adquisición de la nacionalidad española.

Esta ampliación del sefardismo debe ser atribuida al valor y al talento de Sanz Briz, que supo vender a las autoridades húngaras el tema del reconocimiento por parte de España del régimen nazi de Szalasi, a pesar de que sabía que Franco no iba a hacerlo. Szalasi deseaba estrechar sus relaciones con Madrid, pues era consciente de que tenía los días contados y de que el reconocimiento diplomático de los países neutrales le favorecería. Por otra parte, Szalasi, de espaldas a los alemanes, trataba de llegar a un armisticio con los aliados y creía que la mediación de España podía serle útil. Sanz Briz lo deja claro: "Ellos pedían un reconocimiento oficial desde Madrid y yo, que no estaba autorizado a darlo, trataba de ser convincente; hablar, prometer, siempre aplazar".

Dado que el número de judíos protegidos, de acuerdo con los datos en posesión del Gobierno húngaro, no debía exceder de 300, la desproporción fue advertida y el ministro del Interior, Erno Vajna, decidió que fuera evacuado el excedente, pero Sanz Briz logró que el Gobierno y los nazis desistieran de este proyecto.   Así, el número de protegidos siguió creciendo. Bastaba una llamada telefónica a la Legación de España para que el automóvil diplomático, con banderas españolas bien visibles y a menudo con el mismo Sanz Briz al volante, partiera hacia la dirección indicada para recoger a las personas perseguidas y transportarlas a alguna de las casas protegidas.

La defensa que Sanz Briz hacía de estas casas era tan eficaz que varios de los locales de la Cruz Roja, ajenos a la administración española y donde se alojaban numerosos refugiados judíos, consiguieron su autorización para que en sus inmuebles también se colocara el cartel Edificio Anejo a la Legación de España. Si estos judíos, en principio protegidos por la Cruz Roja Internacional, se agregaran a los salvados por Sanz Briz, la lista se incrementaría en varios millares.

Un extraordinario impostor

El 10 de septiembre, se había presentado en la Legación de España el comerciante italiano Giorgio Perlasca, empleado de la SAIB (Sociedad Anónima de Importaciones Bovinas), quien tras el derrocamiento de Mussolini y la firma del armisticio de Italia con los aliados, se encontraba en Budapest en situación precaria. Dado que Perlasca había combatido en la Guerra Civil española en el bando franquista, Sanz Briz le concedió un salvoconducto y le ofreció la posibilidad de colaborar en su programa de salvamento de judíos.

Fue un extraordinario colaborador. Diariamente visitaba las casas anejas a la Legación de España, y cuidaba de que estuvieran provistas de alimentos y en varias ocasiones tuvo que actuar personalmente para impedir los registros o asaltos de las bandas nazis. Incluso llegó a presentarse en la estación de ferrocarril donde, acompañado por un benefactor sueco, Wallemberg, y amparado por su documentación española, pudo rescatar de los vagones de la muerte a algunos judíos.

Ante la inmediata irrupción del Ejército Rojo, Sanz Briz recibió la orden de trasladarse discretamente a Suiza, lo que hizo el 30 de noviembre. El Gobierno húngaro estuvo a punto de considerar la marcha de Sanz Briz como una ruptura de relaciones con Madrid -lo que hubiera significado el total desamparo de los protegidos-, pero Perlasca tuvo una idea genial: comunicó al Ministerio de Exteriores que Sanz Briz se había desplazado a Suiza para mejor comunicarse con Madrid y que, hasta su pronto regreso, él había sido formalmente designado "nuevo Encargado de Negocios de la Legación de España".

Con la colaboración de la secretaria de Sanz Briz, del abogado húngaro de la Legación de España, de monseñor Rotta y del ministro de Suecia, se redactó un documento con el que Perlasca obtuvo del Ministerio húngaro de Exteriores las correspondientes credenciales y el reconocimiento oficial de su status diplomático. Desde el 1 de diciembre al de 1944 al 16 de enero de 1945, día en el que el ejército soviético ocupó gran parte de Budapest, Perlasca dirigió la Legación de España.

Pocos sabían que era un impostor y su descubrimiento hubiera supuesto su inmediata ejecución, pero su gran preocupación era mantener la ficción de Sanz Briz: convencer a los gobernantes húngaros de que España reconocería próximamente su régimen. Cuando, por cualquier circunstancia, surgía la amenaza de evacuar las casas protegidas, Perlasca, advertía que eso retrasaría el ansiado reconocimiento. Cuenta su biógrafo, Enrico Deaglio, que llegó a firmar un acuerdo con el ministro de Exteriores, Gabor Kemeny, en el que aceptaba la explicación sobre la marcha de Sanz Briz y garantizaba el respeto a los protegidos por España. Protegidos que cada día eran más, porque Sanz Briz había dejado a disposición de Perlasca timbres, papel con membrete, pasaportes en blanco y una cierta cantidad de dinero para cubrir imprevistos.

En aquellos días, en medio de una total anarquía provocada por el acercamiento de los soviéticos, los nazis y los cruzflechados activaban la caza del judío. Muy cerca de algunas de las casas protegidas, junto a los diques del Danubio, los asesinos, después de obligar a sus víctimas a desnudarse y a arrodillarse, les disparaban en la nuca y luego arrojaban sus cadáveres al río.

Al borde de la muerte
Perlasca, con el apoyo del nuncio Rotta y del sueco Wallemberg, impidió que el 19 diciembre, los niños del gueto internacional -incluidas las casas españolas- fueran trasladados al gueto común donde, diariamente  -por carencias esenciales y agresiones de los nazis- morían por decenas. Además, consiguió que el Ministerio del Interior pusiera a su disposición una escolta de cuatro policías uno de ellos, llevando una bandera española- que caminaran junto a él y, cuando fuera en automóvil, dos de ellos se situasen en el pescante del vehículo. Así, circulaba por Budapest vigilando las casas españolas y suministrándoles los alimentos que podía conseguir. El día de Navidad de 1944, Perlasca compartió en varias de estas casas las escasas viandas que podían ofrecer y, el 31, se salvó milagrosamente de la muerte cuando el automóvil de la Legación fue ametrallado por un avión soviético, muriendo uno de los escoltas.

El 6 de enero, presionado por las SS, el ministro del Interior, ordenó el traslado de todos los judíos protegidos al gueto común. La intención de los nazis era dinamitarlo e incendiario con los internados dentro. Pero, gracias alas protestas y presiones de Perlasca y Wallemberg, el proyecto no se llevó a cabo, aunque numerosos prisioneros fueron deportados y asesinados.

El 16 de enero, el 3° Ejército Ucraniano ocupó la zona donde se encontraban las casas protegidas y el heroico impostor Perlasca fue cesado por los soviéticos. La Asociación Hebrea Húngara y el nuevo Gobierno instalado en Budapest le extendieron certificados, según los cuales "el señor Giorgio Perlasca, como encargado de la supervisión y vigilancia de las 'casas protegidas', a menudo con riesgo de su vida, ha realizado esfuerzos sobrehumanos en favor de los perseguidos. Su actividad hizo posible que algunos millares de hebreos salvaran sus vidas". Perlasca fue respetado y el 29 de mayo de 1945 partió hacia Italia. Tenía 36 años de edad...

Justos entre los justos
Tras su heroica experiencia húngara, Sanz Briz, todavía un joven diplomático de 34 años, continuó una brillante carrera. Entre otros cargos, fue embajador en Bruselas, La Haya Y Pekín. Falleció en Roma en 1980, a los 69 esos de edad cuando representaba a España ante el Vaticano. Jamás se vanaglorió de la extraordinaria y altruista misión llevada a cabo en Budapest.

Tardíamente España y el mundo reconocieron los méritos de su gesta. En 1991, el Parlamento de Israel le reconoció como Justo de la Humanidad y, en honor a su memoria, otorgó a su viuda la Medalla de Honor de Yad Vashe. Un árbol con su nombre ha sido plantado en el Monte del Recuerdo de Jerusalén. Una revista sefardita le dedicó este epitafio: "Don Ángel Sanz Briz fue un hidalgo español, un buen cristiano y un excelente hombre. Su nombre y el de España figuran con viva querencia y gratitud en nuestros anales. No en vano lleva un nombre bíblico de Ángel; salvador de nuestros hermanos y hermanas. Que en los Cielos tenga su recompensa".

En la posguerra, Giorgio Perlasca residió en Padua dedicado a sus negocios. Trató de informar sobre su experiencia húngara a los dirigentes políticos de su país, pero, como él mismo decía: "el asunto a nadie interesaba". Finalmente, gradas a un grupo de judíos antiguos protegidos de España, Perlasca fue descubierto en 1987 y homenajeado como se merecía. En 1989, viajó a Budapest, donde el Parlamento, en sesión extraordinaria, le condecoró con la Gran Estrella de Hungría.

Israel le declaró ciudadano de Honor y Justo entre los justos, se le otorgó la Medalla de Honor y obtuvo el derecho a plantar un árbol en la Calle de los Justos, en el Monte del Recuerdo de Jerusalén. Fue homenajeado en Washington por el Holocaust Memorial; Italia le honró como Gran Oficial Comendador y le concedió una pensión vitalicia.

En mayo de 1991, en la Embajada de España en Roma, Perlasca fue "designado por su Majestad el Rey de España Comendador de la Orden de Isabel la Católica, concediéndole la Encomienda de Número, como reconocimiento por la espléndida labor que, junto al entonces Encargado de Negocios de España en Budapest, D. Ángel Sanz Briz, y más tarde por iniciativa exclusivamente suya, permitió salvar la vida de mas de 5.200 húngaros de origen judío". Falleció Perlasca, a los 83 años de edad, el 15 de agosto de 1992.

En el recuerdo y la gratitud, hay que incluir a Miguel Ángel Muguiro, quien denunció el horror del Holocausto, inició la protección a los judíos perseguidos y tuvo que abandonar Budapest, en junio de 1944, precisamente por oponerse con sus criticas a la criminalidad nazi. También debe recordarse a Raul Wallemberg, hombre de negocios y diplomático sueco enviado a Budapest con la misión de salvar judíos. Rescató a millares de ellos y fue uno de los mejores colaboradores que tuvieron Sanz Briz y Perlasca.  Desapareció en las luchas callejeras producidas a la entrada de los soviéticos en Budapest. Perlasca pensaba que murió víctima de los combates; otros opinan que por error fue encarcelado en la prisión moscovita de la Lubianka, de la K.G.B donde habría fallecido en 1947. También hay que recordar al abogado de la Legación Española, Zoltan Farcas, que murió víctima de las luchas callejeras en enero de 1945 y a la secretaria de Sanz Briz y de Perlasca, señora Tourneé.

Retorno a Budapest
Los investigadores del Holocausto cuantificaron años después aquella tragedia: entre 1941 y 1945, de los 825.9000 personas que formaban la comunidad judía húngara, 565.000 fueron víctimas mortales de la barbarie nazi y sobrevivieron 260.000 -de ellas, más de 25.000 en el gueto internacional-. Unas cinco mil quinientas debieron la vida a los esfuerzos de Muguiro, Sanz Briz y Perlasca: 2.795 protegidos por España; 1.684 que, con visado concedido por Sanz Briz en agosto de 1944, entraron en Suiza y cerca un millar, en último extremo salvado por Perlasca.

La gesta del personal de la Legación Española quedó en el olvido hasta finales de los años ochenta. En 1989, Perlasca fue condecorado con la Gran Estrella de Hungría, en una ceremonia celebrada en el Parlamento magiar.

En octubre de 1994, en un solemne acto celebrado en ese mismo Parlamento, Adela Quijano, viuda de Sanz Briz, recibió de manos del jefe del Estado magiar la Gran Cruz al Mérito de la República de Hungría, otorgada a la memoria de su esposo. Sendas placas conmemorativas de mármol, colocadas en el edificio n° 9 de la calle Ujpest Rapkart  -una de las casas protegida, a orillas del Danubio, recuerdan para siempre esta gesta.
 

España y los judíos durante la II Guerra Mundial

La política española con respecto a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial puede definirse en términos generales como de obstruccionista y discriminatoria, incluso para los judíos nacionalizados españoles. Esta definición se desmarca claramente de los planteamientos apologéticos, propagandísticos y deliberadamente falseados que se han venido manteniendo desde el final de aquel conflicto. Esta caracterización es fruto de un minucioso repaso de la documentación disponible en los principales archivos europeos y norteamericanos y también de los incompletos archivos españoles. Sobre esta cuestión, hicimos ya un amplio estudio, que se publicó en 1987.

En primer término, hay que señalar que independientemente de los cientos de miles de judíos sefarditas existentes en Europa antes de la guerra, había entre cuatro y cinco mil hebreos que se habían acogido al real decreto de diciembre de 1924 y que, en consecuencia, tenían la nacionalidad española y estaban inscritos en su mayoría en los consulados españoles. Este hecho marca la diferencia, a la hora de comparar la política española con la del Reino Unido, claramente obstruccionista.

Otro punto a recalcar es el apoyo o simpatía de la inmensa mayoría de las comunidades judías de diversos países y de España hacia el bando republicano durante la Guerra Civil y, en concreto, hacia los partidos izquierdistas y el comunista. Ello,  junto a la consideración de que de nuevo el decreto de expulsión de los Reyes Católicos había vuelto a cobrar virtualidad, en función también de la supresión legislativa y la supresión de la libertad de cultos, hizo que los judíos nacionalizados españoles no pudiesen venir a España, incluso a pesar de disponer de medios de transporte y, en ocasiones, contando con la presión de los propios alemanes, o el hecho de que se encargase al Joint Distribution Committee que costease su estancia y salida de España.

En pleno apogeo del holocausto judío, ningún grupo de judíos sefarditas podía entrar a España hasta que no hubiera salido el grupo que había entrado con anterioridad. Esta política impidió la salvación de miles de judíos españoles, al no hacerse cargo el Gobierno español de los costes de estancia y transporte al Norte de África, junto con la oposición de las organizaciones de socorro a correr los estos gastos que ello generase. Un tercer punto significativo, ligado al anterior, es la creación en España de un archivo policial especial para los judíos, tanto residentes como en tránsito, en función de su especial peligrosidad. A ello se añadieron, durante el año 1943, los intentos de expulsión de judíos que habían estado residiendo en España desde 1933, e incluso estaban casados con españoles.

Afortunadamente para España, diplomáticos como Romero Radigales o Joaquín Palencia intentaron defender los derechos de estos súbditos españoles, pero sus iniciativas quedaron lastradas por las directrices del Ministerio de Asuntos Exteriores. Un caso singular lo constituyó Ángel Sanz Briz en 1944, ya tras el desembarco en Normandía, y su extraordinaria actividad en Hungría. Pero esta actividad, como ahora se ha podido conocer por su correspondencia con Castiella, se llevó a cabo sin instrucciones de Franco y esto explica que dejara a su suerte a sus 1.898 protegidos, ante el avance de las tropas soviéticas en Hungría.

Sobre el número de judíos a los que España dio visados de tránsito, no hay datos fiables, al haber desaparecido los legajos sobre pasaportes e ingresos en el periodo 1940-41.

Sí se puede señalar que la, actuación del cónsul portugués en Bayona, en mayo-junio de 1940, permitió el tránsito por España hacia Portugal de miles de judíos, aparentemente sin otro visado español. La documentación de los consulados españoles no permite afirmar que los diplomáticos españoles abrieron la mano en este período en la concesión de visados de tránsito y mucho menos tras la visita de Serrano Súñer a Alemania en septiembre de 1940 y el endurecimiento de los requisitos de entrada.

Con respecto al periodo posterior a la operación Torch y la ocupación alemana de la Francia de Vichy, en noviembre de 1942, el número de entradas en España de refugiados judíos sin visado español puede calcularse en unos 5.000. Para entonces, el curso de la guerra y la presión aliada ya permitían su permanencia en España durante meses, financiada por las organizaciones aliadas de socorro.

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INDICE
Protestas y visados
Un diplomático valeroso
Milagrosa multiplicación de los sefarditas
La actitud humanitaria de
Un extraordinario impostor
Al borde de la muerte
Justos entre los justos
Retorno a Budapest
España y los judíos durante la II Guerra Mundial
De arriba a abajo: Miguel Angel Muguiro; Angel Sanz Briz y Giorgio Perlasca
La actitud humanitaria de Franco: un mito

Hay que reconocer que algunos miles de judíos, cifra difícil de evaluar, escaparon de la deportación y el exterminio por la actitud de tolerancia y, al mismo tiempo, de oscuridad del Gobierno español, pero en gran medida gracias a la intervención y a la buena voluntad de los diplomáticos españoles en el extranjero, ya que nunca hubo unas directrices oficiales emanadas desde Madrid. Que se pudo hacer más, es seguro; que Franco no fue el campeón de la defensa de los judíos -como publicitó el Régimen- es evidente; pero no es menos cierto que la actitud de España fue más loable que la de Gran Bretaña, Estados Unidos o Suiza. No obstante, hubo entonces mucha ambigüedad y hoy, demasiada desinformación.

La posición personal de Franco sigue siendo todavía hoy una incógnita. No existe documento alguno que exponga claramente su postura; es más, el único escrito -aunque indirecto- en el que se muestra su parecer resulta más bien negativo. El ministro de Asuntos Exteriores, general Gómez Jordana, informa a su colega del Ejército, general Asensio, que el Caudillo no autoriza la instalación en España de "cientos de sefarditas de nacionalidad española" que se encuentran en Europa, "bien en campos de concentración, bien a punto de ir a ellos" y que sólo mediante su repatriación podían salvar sus vidas. Si Franco no determinó tal actitud, al menos habría sido imposible llevarla a cabo sin su conocimiento. No se puede olvidar que, de unos cuatro mil sefardíes que poseían nacionalidad española, sólo un setecientos u ochocientos fueron admitidos en su patria.

Conviene establecer dos épocas diferentes: una, hasta julio de 1942; y otra, desde esa fecha hasta el final de la contienda.

Se puede cuantificar en unos 30.000 los judíos que se salvan traspasando los Pirineos durante los primeros años de guerra. Tras la caída de Francia en junio de 1940, se dirigen hacia la frontera española varios miles. Madrid otorga los visados de tránsito necesarios para dirigirse hacia los países neutrales de América. Junto a esos judíos también cruzan la frontera varios centenares de correligionarios que carecen de pasaporte, visado y permiso de emigración, con los que, a pesar de su número en relación con los israelitas de nacionalidad española, el control es más riguroso y el paso muy selectivo. Se desanima cualquier intento de éxodo y se deniegan bastantes visados de tránsito.

Más tarde, se limita drásticamente la entrada, exigiendo una documentación rigurosa y completa e impidiendo el acceso al país de cada grupo de súbditos hebreos hasta que el grupo anterior hubiese abandonado el territorio español.

Sin embargo, por suerte para muchos judíos, la actitud de la mayoría de los cónsules y representantes diplomáticos de España en los países ocupados es totalmente distinta. Con riesgo para su propia vida, en algunos casos, emplean todas sus capacidades y astucias para amparar y rescatar a los judíos protegidos por las legaciones españolas, sin encontrar con mucha frecuencia el adecuado apoyo y respaldo de las autoridades de Madrid. Esto es lo que sucede en Bucarest, gracias a José Rojas y Moreno; en Budapest, donde Sanz Briz entrega pasaportes protectores a unos tres mil judíos húngaros, españoles o no; en Sofia, con Julio Palencia al frente de la embajada; en Atenas, donde Sebastián Romero Radigales tiene varios enfrentamientos con los nazis; y en París, donde el cónsul general Bernardo Rolland, despliega una intensa actividad en su favor.

Finalizada la guerra y ante el temor de que gran parte de los sefarditas de los campos de concentración y de exterminio elijan España como lugar de residencia, el Régimen dicta varias disposiciones para impedir esta posibilidad. El criterio es "evitar, en lo posible, la entrada y permanencia en España de aquellos sefarditas cuya residencia anterior fuera en el extranjero". A quienes demostrasen ser ciudadanos españoles se les darían las "facilidades posibles para su repatriación a los domicilios de origen". Para Madrid, cuantos menos judíos haya en el país, mejor; menos problemas.

A raíz de la retirada de los embajadores de Madrid, en 1946 y 1947, el Gobierno de Franco mitifica su propia actitud humanitaria, como escudo a las críticas de Occidente por haber sido aliado de Hitler; pero al mismo tiempo su propaganda obtiene un éxito adicional: la mitificación por gran parte del judaísmo y fundamentalmente de los propios sefarditas.

Almirante Horthy, regente de Hungria, colaboro con Hitler hasta que fue depuesto por este.
Fachada de la casa No 3 en la Plaza Martinelli