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LA INSURRECCION EN EL GHETTO DE VARSOVIA
El 19 de abril de 1943, se rebelaron contra las SS los supervivientes del ghetto de Varsovia. En un mes murieron, como ellos habían decidido hacer, o sea “con honor”, casi todos aquellos que lograron sobrevivir a tres años de vejaciones y de tormentos en el ghetto más grande de la Polonia ocupada. Fue un acto de desafió de todo un pueblo, cuya secular capacidad de supervivencia había sido sometida a una prueba terrible. Después de la invasión de Polonia por los alemanes, los judíos habían sido recluidos en ghettos, expresamente construidos para servirles de prisión. Esto no era, ni mas ni menos, que la primera fase de aquella solución final hitleriana, que, veinte años antes, había ya anunciado el dictador alemán en su libro Mein Kampf. En otoño de 1940, el barrio judío de Varsovia, al oeste del Vístula y de una extensión de 6,5 km, fue cercado por un alto muro protegido con alambrada de espino. Casi 443.000 judíos, muchos de los cuales no tenían ni casa ni lazos familiares en la capital polaca, fueron encerrados en él, aislados del mundo exterior, en espera de un destino que pocos de ellos conocían y poquísimos consideraban posible. Esta gente fue sistemáticamente condenada al hambre por sus guardianes y aterrorizada con continuos actos de violencia. Su espíritu de resistencia era minado en su base por los breves y vanos chispazos de esperanza, insidiosamente alimentados por los propios nazis. De cuando en cuando, la presión se aflojaba, se aumentaban las raciones alimenticias asignadas al ghetto y se veía sonreír a las tropas de asalto. En aquellos momentos de calma se permitía incluso que ciertas noticias tranquilizadoras se filtrasen en el ghetto desde los campos de trabajo exteriores. Por un momento, parecía posible a aquellos seres que, al fin y al cabo, nadie podía ser tan completamente inhumano. La más eficaz entre todas las técnicas de la guerra psicológica aplicada por los nazis fue la habilidad con que se supieron manejar al Consejo judío. Este era, en definitiva, un organismo político alemán que funcionaba por iniciativa de algunos judíos, impulsados por muy diversos motivos, que iban desde el puro y simple deseo de salvar la propia vida a la esperanza de proteger a su gente, por lo menos en los aspectos más intolerables de la opresión. inicio Sin embargo, se trataba de una misión imposible, que se hacía todavía más desesperada y brutal a causa de la misma policía judía, cuyos miembros se veían continuamente obligados a elegir entre la vida de sus familiares y la de sus vecinos. No obstante, incluso en medio de este cuadro de muerte y de enfermedad, del terror, de la corrupción y de las traiciones, las escuelas clandestinas prosperaban, las zonas bombardeadas eran cultivadas como parques, cuatro teatros permanecían abiertos, los músicos daban conciertos y los poetas infundían en sus versos tanta desesperación como imágenes de esperanza; pintores y escultores creaban y exponían obras nuevas, se publicaban periódicos clandestinos y algunos eruditos, como Emmanuel Ringelblum y Chaim A. Kaplan, reunían documentos secretos cobre los sufrimientos que estaba padeciendo el pueblo judío. Un anónimo conferenciante definió la situación en la primera de una serie de reuniones culturales clandestinas, del siguiente modo: Queremos continuar viviendo y ser un pueblo libre y creador. Por ello resistiremos la prueba de la vida. Si nuestras vidas no se extinguen en un montón de cenizas, será el triunfo de la humanidad sobre la inhumanidad, será una prueba de que nuestra fuerza vital es todavía mayor que la voluntad de destruirnos. Pero después de un año de segregación, paralelamente a esta intransigencia intelectual, empezó a formarse el núcleo de la resistencia armada. En el ghetto, a través de nuevos refugiados y de espías procedentes del exterior de Varsovia empezó a transparentarse la verdad respecto a los campos de concentración y a la destrucción de otras comunidades confinadas en otros tantos ghettos. Primero empezó a brotar, en el seno de un exiguo grupo de «fomentadores de desorden», la convicción de que los alemanes no les ofrecían, en realidad, otra alternativa que la del exterminio. Algunos grupos juveniles, sionistas de izquierda, tomaron la iniciativa en el transcurso del invierno de 1941. Antes de la guerra, sus miembros ya se habían preparado para emprender una actividad de pionero en Palestina. Su conciencia nacional y política era precisa y radical, habiendo ya rechazado todos los compromisos que inevitablemente estaban vinculados con el exilio hebraico. Estaban convencido de que sus ideales debían conducir, lógicamente, a la acción. El primer impulso les llegó de los miembros del partido comunista, que, como sus compañeros de otros países europeos, con una mano hacían la guerra y con la otra la revolución. El Bund, el partido socialista hebreo más importante, vaciló. En un principio, su confianza en la solidaridad de la clase trabajadora le impidió apoyar un movimiento de resistencia exclusivamente judío. Mas, en el transcurso del mes de julio de 1942, cuando las cámaras de gas de Treblinka, a pocos kilómetros al nordeste de la capital, iniciaron el exterminio en masa de los judíos de Varsovia, el movimiento de resistencia se aseguró la plena adhesión de los movimientos políticos y religiosos presentes en el ghetto. Tan solo el grupo nacionalista y extremista de los revisionistas quedó aparte, prefiriendo combatir separado del resto de los otros grupos, bajo la bandera del Irgun Zvei Leumi (Organización militar nacional). Las deportaciones se iniciaron el 22 de julio, víspera del día de luto nacional, en el que los judíos rememoran la destrucción del templo de Jerusalén y la pérdida de la independencia hebraica. Seis días después de esta triste jornada, se constituyó la organización combatiente judía, que pronto fue puesta al mando de Mordechai Anielevvicz, joven de veintitrés años, miembro del movimiento sionista de izquierda Hashomer Hatzair. Hijo de padres pertenecientes a la clase obrera, había asistido a la escuela superior judía de Varsovia, y a principio de 1942 fue enviado fuera del ghetto para averiguar la situación existente en Silesia.inicio Entre el 22 de julio y el 3 de octubre más de 300.000 judíos fueron deportados de la capital polaca; cuatro quintas partes a Treblinka y el resto a los campos de trabajos forzados. Chaim A. K aplan, antiguo director de una escuela judía, llegado cuarenta años antes a Varsovia desde Rusia, describe en su Diario los métodos brutales de las redadas diarias y el pánico que estas suscitaban: El ghetto se ha transformado en un infierno. Los hombres son como bestias. Cada uno se encuentra a un solo paso de la deportación; se caza a las gentes en las calles, como si se tratase de animales en la selva. Y precisamente son los hombres de la policía judía los más crueles con los condenados. A veces se cerca una sola casa; a veces, una manzana entera. En cada edificio destinado a ser destruido se realiza primero el registro de los pisos, pidiendo a todo el mundo la documentación. Al que no posee documentos que le den derecho a permanecer en el ghetto, ni el dinero necesario para corromper a los esbirros, se le obliga a meter sus enseres en un paquete de quince kilos como máximo y se le empuja al camión que espera ante la puerta. Cada vez que se cerca una casa suceden al cerco increíbles escenas de pánico. Sus habitantes, que no tienen documentos ni dinero, se esconden en alacenas, bodegas y buhardillas. Cuando existe posibilidad de pasar de un patio a otro, los fugitivos saltan por los tejados, incluso con riesgo de su vida. Mas todos estos sistemas sirven tan sólo para retrasar lo inevitable, y, al fin, la policía acaba por prender siempre a hombres, mujeres y niños. Los indigentes y aquellos que han perdido cuanto tenían, son los primeros en ser deportados. El camión se llena en un momento. Es difícil distinguir a una persona de otra: la miseria les hace a todos iguales. Sus gritos y gemidos destrozan el corazón. Los niños, en particular, lanzan gritos desgarradores. Los viejos y los hombres de mediana edad aceptan la condena en silencio y permanecen de pie, con sus pequeños paquetes bajo el brazo. Mas el dolor y las lágrimas de las mujeres jóvenes no reconocen límite. A veces, una de ellas intenta liberarse de las manos que la tienen agarrada y entonces se inicia una lucha terrible. En estos momentos, el horror de la escena llega a su cumbre. Ambas partes luchan hasta el final. De una parte, la mujer, con el cabello revuelto y la blusa desgarrada, lucha con todas sus fuerzas contra aquellos verdugos, intentando escapar de sus manos. De su boca sale un torrente de imprecaciones rabiosas y toda ella parece como una dona dispuesta a matar. De la otra parte, dos policías la empujan par los hombros hacia la muerte. Estas deportaciones tuvieron sus héroes... quizás donde hubiera sido menos lógico esperarlo: por ejemplo, Adam Czerniakow, el ingeniero presidente del Consejo judío, quien, antes que firmar el decreto de expulsión, se envenenó; y el doctor Henryk Goldsmidt, decidió morir con los niños de su orfanato aun cuando los alemanes le habían ofrecido la salvación. Las deportaciones a Treblinka se suspendieron entre el 3 de octubre de 1942 y enero de 1943. Pero ahora los combatientes clandestinos sabían ya que el encuentro decisivo era tan sólo cuestión de tiempo. Habían adquirido armas con la ayuda de agentes que entraban y salían, furtivamente, en el ghetto, a lo largo del alcantarillado, y que se mezclaban con los grupos destinados a efectuar los trabajos de sepultureros y que por ello tenían permiso para traspasarlos muros para llegar al cementerio judío. Así se constituyeron y adiestraron veintidós grupos de guerrilleros. El primer encuentro armado se produjo el 18 de enero, nueve días después de haber visitado Himmler el ghetto y de ordenar la reanudación de las deportaciones Después de cuatro días de lucha, las SS, que se habían dispuesto a cercar a los últimos 60.000 0 70.000 judíos que aún permanecían en el ghetto, se retiraron. Las fuerzas de Anielewicz habían superado el bautismo de fuego y todo estaba ahora dispuesto para la insurrección.inicio Se inicia la acción en amplia escala Con gran estupor por parte de los alemanes, su primera tentativa de penetración fue rechazada por un nutrido fuego, con armas de pequeño calibre, granadas y bombas caseras, tan rudimentarias que podían encenderse con un fósforo. Un carro de combate fue incendiado por un grupo de veinte personas -hombres, mujeres y niños- y los alemanes tuvieron que retirarse. En el bando judío reinaba un ambiente de gran alegría. Al fin, en las calles de Varsovia, junto a la sangre judía, corría también la sangre alemana. Y, sin embargo, pocos, entre los combatientes, se hacían ilusiones. Sabían, desde luego, que no podrían vencer; pero estaban decididos a vender caras sus vidas. A las 8, Stropp asumió personalmente el mando de la operación, dividiendo sus faenas en pequeños contingentes y asignándoles la misión de barrer completamente el ghetto. Muy pronto los judíos se vieron obligados a retirarse de los tejados y de los pisos superiores de las casas; al tercer día, la resistencia se había concentrado en las esquinas y en los bunker de la plaza Muranowsky. Una complicada red de trincheras y de pasos subterráneos se había dispuesto en el transcurso del otoño e invierno. Los bunker fueron hábilmente adaptados para poder hospedar a familias enteras, con reservas de alimentos y de municiones y con rudimentarios aseos. En su informe cotidiano a sus superiores, Stropp se expresaba de este modo: «Descubrirlos refugios individuales es extremadamente difícil, por cuanto han sido enmascarados muy hábilmente; en muchos casos sólo es posible por la traición de otros judíos.» |
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