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La globalización del miedo

Miles de millones de seres humanos nos acostamos el martes siendo personas esencialmente diferentes de las que habíamos sido al levantarnos ese día. Lo sucedido en las torres gemelas de Nueva York, que casi todos vimos en directo, nos cambió el alma para siempre. Pero quizás esa transformación, tan profunda como abrupta, lo haya sido más para los habitantes del primer mundo que, por ejemplo, para los colombianos que conocemos el terror desde hace años, que lo hemos sufrido en carne propia en episodios que si bien no alcanzan la inalcanzable dimensión del ataque terrorista del martes, se le aproximan bastante. 

Ahí están en la memoria y el corazón el avión de Avianca, la bomba en el edificio del DAS, la de la calle 93, la de la 26 con décima, las numerosas de Medellín, el Palacio de Justicia, las masacres, Machuca, ese historial sin fin de muerte y tinieblas que hace que lo sucedido el martes no nos resulte del todo desconocido. Pero ¿qué tal ese americano impasible de Carolina del Norte, que lleva años preocupado solo por la suerte de sus inversiones, y que de ahora en adelante, siempre que escuche un avión pasar sobre el campo de golf un sábado en la mañana, sentirá que un corrientazo de miedo recorre su cuerpo?; ¿qué tal esa madre californiana que acompaña a sus pequeños al colegio y que de ahora en adelante, cuando se despida de ellos con un fuerte abrazo, se preguntará siempre si los volverá a ver?

Más allá de las implicaciones políticas y económicas, lo que cambió este martes para millones de seres humanos, en especial para los habitantes de la primera potencia del mundo, es que una espinita, cargada de inseguridad y temor, se instaló en el alma de una cultura que había conocido esas sensaciones casi exclusivamente en las películas de Hollywood. 

Cuando los líderes del mundo luchaban por globalizar el flujo de mercancías, información y recursos, lo que terminó globalizado fue el miedo. Por eso se me antoja ridícula la lucha de los antiglobalización, pues se oponen a una evolución inevitable de la humanidad. Si un hombre escondido en las montañas de Afganistán es capaz de reclutar en varios países del mundo a jóvenes fanáticos para ordenarles que secuestren y estrellen aviones comerciales contra el corazón del capitalismo, entonces la globalización ya es un hecho, pero no como resultado de la baja de los aranceles, sino de que el mundo es hoy uno solo por cuenta de entre otras cosas, la comunicación y el transporte.

¿En qué queda el riesgo país?¿Acaso es hoy más seguro invertir en Nueva York que en el Magdalena Medio?

Se me antoja que desde el martes muchos conceptos que marcaron siglos de civilización cayeron en desuso. El de soberanía, cuyas acciones ya venían en picada desde que las guerras –y las eventuales paces– dejaron de ser entre estados. El de seguridad, basado hasta ahora en persuadir con vigilancia armada al potencial enemigo de que si atacaba, moría, y que vale nada ahora que el agresor desea morir en el ataque. El de armamento, cuando un avión comercial cargado de pasajeros y secuestrado por hombres armados de navajas, se convierte en misil. El de confort, cuando ningún sillón por apoltronado que sea, ninguna oficina por climatizada y alfombrada que esté, ningún escritorio por ergonómico que resulte, permite que su usuario, por muchos millones de dólares que tenga en su cuenta bancaria, se sienta allí tranquilo y seguro.

Se me ocurre otro concepto de invención más reciente y del que los colombianos hemos sido víctimas sin par: el riesgo país. Banqueros reunidos en Francfort, Londres, París o, para ser más específicos, en Manhattan, con frecuencia vetaban inversiones en Colombia debido a que era un país de alto riesgo. ¿Se puede seguir diciendo eso cuando en los Estados Unidos fueron asesinados por terroristas en cuestión de una hora tantos seres humanos como caen en Colombia, el país más violento del mundo, en meses? ¿Acaso es hoy más seguro invertir en Nueva York que en el Magdalena Medio?

Los líderes del mundo les deben algo a las miles de víctimas del ataque del martes y de todos los ataques terroristas de la historia. No les deben una represalia directa contra Bin Laden y sus amigos, aunque de seguro ésta vendrá. Les deben una lucha planetaria contra el sistema terrorista mundial, sus protectores, sus financiadores y sus justificadores. Y eso incluye a los talibanes, pero también a la CIA, que crió el cuervo de Bin Laden en la década del 80 para que luchara contra los soviéticos. Incluye a las mafias del narcotráfico, las armas y los dólares, que campean tanto en el sur como en el norte del planeta. Y claro, incluye a los tres enclaves terroristas más cercanos hoy al territorio de los Estados Unidos: el Caguán, el sur de Bolívar y el nudo de Paramillo. 
Mauricio Vargas
[email protected]

 Publicado con la autorizacion de la Revista Cambio