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¿Cuándo terminar una guerra?
Con base en el análisis de casos históricos, Carlos Eduardo Jaramillo, ex asesor de Paz, asegura que las Farc dejaron pasar el momento ideal para negociar con el Gobierno.
Iniciar una confrontación, comparada con las dificultades que implica su conclusión, no parece ser tarea compleja. Para el caso de la guerrilla, Jacobo Arenas decía que bastaba con “llegar a una plaza de pueblo en día de mercado y echar tres carajos y cuatro tiros”; y en lo que respecta a la confrontación internacional, una decisión unilateral es suficiente. Sin embargo, terminar una guerra, regular o irregular, por la vía negociada, es tarea compleja que requiere el acuerdo entre sus partes y de la intuición sabia para percibir el mejor momento para acordar la paz, o sea, saber determinar los que los expertos denominan el punto óptimo de negociación.
Saber cuándo se ha llegado a este punto requiere mucha inteligencia, así como de una apreciación pragmática del conflicto. Contra esta última conspiran varios fenómenos entre los cuales cabe destacar la llamada enfermedad de la victoria, que no es otra que el convencimiento que envuelve a los comandantes sobre un final victorioso para sus campañas, aun cuando se encuentren en las peores condiciones militares. Este fenómeno, común a todas las guerras, es más frecuente en confrontaciones de carácter irregular donde no hay batallas decisivas y donde la dispersión de las fuerzas y su forma de combatir siempre permiten que los derrotados consideren pasajeros sus reveses.
A las dificultades anteriores para determinar el mejor momento para iniciar una negociación de paz se suman otros dos elementos: el primero es que en el caso de las guerras irregulares, al componente militar hay que adicionarle el apoyo sociopolítico, elemento determinante para su éxito. Y el segundo es que quien debe entender cuándo ha llegado el momento de dar un paso hacia la paz ha de ser quien lleva la iniciativa del conflicto y no quien está sufriendo los reveses.
Las leyes de la guerra indican que la insurgencia jamás triunfará sin apoyo popular. Y la imagen negativa de la guerrilla fluctúa hoy entre el 85 y el 95 %
Dos ejemplos históricos nos servirán para ilustrar lo dicho: la guerra ruso-japonesa (1904-1905) y la última fase de la Primera Guerra Mundial. El primero es uno de los pocos casos en que se entiende a cabalidad cuál es el punto óptimo de negociación y en consecuencia se generan las condiciones para un acuerdo de paz. El segundo es uno de tantos ejemplos donde trágicamente las partes dejan escapar las oportunidades de paz, y prolongan inútilmente los dramas del conflicto. Luego, a la luz de estos casos históricos, procederemos al aná- lisis de la situación colombiana con las Farc.
La guerra ruso-japonesa (1904-1905)
En este ejemplo, al acuerdo de paz o Tratado de Portsmouth, se llega cuando los japoneses, después de la victoria de Mukden, toman conciencia de que aunque continúan ganando la guerra, los costos de la confrontación se incrementan aceleradamente. Conscientes de ello, y aprovechando su posición de ejército victorioso, entienden también que es un buen momento para negociar la paz. Los japoneses, a fin de facilitar un acuerdo, renuncian a parte de las demandas con que dieron inicio a la guerra. Los rusos, por su parte, entienden que si bien la negociación les permitiría recuperar territorios, deben retirarse de Manchuria y reconocer a Corea como parte de la esfera de influencia japonesa.
Las Farc convirtieron a la población civil en objetivo militar. Cambiaron la lucha de clases por la lucha contra todas las clases.
En este caso, el punto óptimo de negociación se empieza a configurar después de la batalla de Liaoyang y se consolida cuando los japoneses toman conciencia de que su fórmula de negociación les permitirá alcanzar importantes objetivos geopolíticos y evitar que los costos de la guerra la tornen insostenible a corto plazo. Los rusos, al aceptar la negociación, recuperaron algo de lo perdido y encontraron un buen pretexto para finalizar con dignidad el con- flicto.
La última fase de la Primera Guerra Mundial
En este caso, después de un periodo de equilibrio correspondiente a la llamada guerra de trincheras, y una vez fracasada la ofensiva de Ludendroff , los alemanes alcanzan el llamado punto máximo de victoria, después del cual sus buenos momentos en la guerra comienzan a decrecer consistentemente, dando inicio al punto óptimo de negociación. Los alemanes, poseídos por la enfermedad de la victoria, dejan pasar este momento y continúan exigiendo a Bélgica y a Polonia como parte de su esfera de influencia. Las consecuencias de esta porfía son bien conocidas: tres millones de nuevas tumbas.
El caso colombiano
Aquí hablaremos de una guerra irregular de carácter interno en la que, a diferencia de los ejemplos anteriores, hay que considerar, además de las variables militares, las correspondientes al apoyo sociopolítico de los contendientes que en este tipo de conflictos adquieren tanta impor- tancia como las de carácter militar, ya que las leyes de la guerra irregular indican que la insurgencia sin apoyo popular jamás triunfará. Sin embargo, en Colombia, donde nada parece operar conforme a la lógica, a estas leyes también les han surgido variantes. Aquí el apoyo popular, fundamental para el sostenimiento de la guerrilla, fue reemplazado por los recursos del narcotráfico y por aquellos provenientes del secuestro y la extorsión indiscriminados. A ello se suma que la insurgencia, en su lucha contra el paramilitarismo, ha convertido gran parte de la población civil en objetivo militar (ya no solo económico), lo que definitivamente la ha puesto de espaldas al querer nacional y ratificado como una excepción de la guerra revolucionaria de carácter irregular.
Hay que señalar, así mismo, que la extinción física de la Unión Patriótica, el famelismo en que cayó el Partido Comunista y el derrumbe de la Unión Soviética hicieron que las Farc, antes económicamente dependientes de los apoyos generados en sus soportes internos y del bloque socialista, buscaran nuevas fuentes de recursos que las llevaron a incursionar en el narcotráfico y otras prácticas delictivas. La consecuencia inmediata fue la pérdida de influencia del aparato político en la conducción del conflicto. En el Secretariado de las Farc la balanza se inclinó definitivamente hacia lo militar. La vieja discusión de la correlación revolucionaria entre el verbo y la bala terminaron en la subordinación del primero a la segunda. En el pasado, el avance en lo militar dependía en gran parte del progreso sociopolítico de la Organización. Había que ganarse primero el corazón de los pobladores para poder consolidarse y avanzar en lo militar, o sea, poner de su lado lo que jocosamente Jesús Bejarano llamaba el pueblito popular. Los recursos del narcotráfico aplicados a la insurgencia la liberaron de la dispendiosa tarea de ganarse el corazón del pueblo para avanzar en la guerra. Ahora, el apoyo popular pasó a un segundo plano, ya no hay que gastar tiempo adoctrinando a nadie. La concepción del apoyo social se tornó mas pragmática y elemental. Sacada de contexto, la frase de Mao de que “el poder nace del fusil” se aplicó al pie de la letra: el que tiene el fusil manda con teoría o sin ella, y el que no colabora se va o se muere. En lo económico se colgaron al pragmatismo de Chu-En-Lai, haciendo suya la frase de que “no importa si el gato es blanco o negro con tal que cace ratones”, y le meti
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