La necesidad de convencer a los rusos de que Gran Bretaña estaba firmemente decidida a ayudarles, al precio que fuera, significaba que el convoy PPQ-17 debía partir, aunque todos sabían que la operación era un grave error estratégico. En efecto, en junio de 1942 los alemanes habían reunido una poderosa formación de buques de superficie a los largo de las costas centrales y septentrionales de Noruega, y habían reforzado también la Luftwaffe, decididos a destruir el próximo convoy de las fuerzas de la Marina aliada con un ataque a ultranza.
A primeros de junio de 1942 el Almirantazgo supo, a través del Servicio de Información, que los alemanes estaban proyectando un ataque en gran escala contra el próximo convoy que se dirigiera a Rusia. La Marina alemana había reunido una poderosa formación de buques de superficie en aguas de Noruega y no se podría impedir que también se concentrasen en la zona numerosos submarinos. Pero la amenaza más grave la representaba el notable refuerzo de la Luftwaffe.
El almirante Sir John Tovey consideraba ka situación estratégica como «totalmente favorable» al enemigo. Los buques pesados germanos operarían a poca distancia de sus costas, con el apoyo de poderosas fuerzas aéreas de reconocimiento y de ataque y con la protección de una escolta de submarinos en los canales que se abren entre las Spitzbergen y Noruega. En cambio, a nuestras unidades de cobertura, una vez penetraran en aquellas aguas, les faltaría el apoyo aéreo de las bases costeras, a 1000 millas de distancia, y los destructores no tendrían la suficiente cantidad de reserva de combustible para poder escoltar hasta un puerto cualquier buque que se encontrara averiado.
El almirante Tovey y el teniente general de Aviación sir Philip Joubert de la Ferté, comandante en jefe del Coastal Command, aconsejaban el envío de algunos aviones de gran autonomía y de un escuadrón de aviones torpederos a las costas septentrionales de la URSS, y de los sondeos realizados en este sentido cerca de los soviéticos resultó que éstos estaban dispuestos a prestar todo el apoyo necesario. Pero en aquel período el mando costero sólo disponía de dos escuadrones de aviones torpederos y el Almirantazgo, por su parte, con el recuerdo reciente y margo de la victoriosa correría llevada a cabo en febrero por el Scharhorst y Gneisenau en el canal de la Mancha y temeroso de que los buques alemanes intentasen irrumpir en el Atlántico, no quiso saber nada de debilitar las fuerzas de ataque en las aguas metropolitanas. Tan sólo permitió el traspaso al lago Lachta, cerca de Arjánguelsk, de ocho hidroaviones ara la lucha antisubmarina.
Las órdenes dadas por el almirantazgo al convoy PQ-17, eran, en síntesis, las siguientes: al oeste de la isla de los Osos, cualquier eventual ataque de fuerzas enemigas de superficie debería ser afrontado por las fuerzas enemigas de superficie británicas; en cambio, si el ataque se desencadenaba al este de la isla citada, la misión de defensa correspondía a los submarinos aliados. Los cruceros que acompañaban al convoy no debían llegar al este de la isla de los Osos si las fuerzas enemigas de superficie incluían buques con los que no se podían enfrentar. La defensa contra los ataques de los submarinos se reforzaría con destructores agregados a la escolta próxima compuesta de corbetas, dragaminas y pesqueros. Sin embargo, contra los ataques desde el aire, a excepción de un único avión de caza embarcado en un mercante provisto de catapulta, el convoy no contaba más que con los cañones de las unidades de escolta y con los que montaban los mismos mercantes, a los que se les agregaron dos buques modificados como unidades antiaéreas, el Palomares y el Pozarica.
El convoy se hace a la mar
Mientras tanto, los alemanes habían preparado el plan de ataque: dividieron sus fuerzas de superficie en dos grupos, el primero (grupo A) estaba compuesto por el acorazado Tirpitz, en el que enarbolaba su insignia el vicealmirante Schniewind, por el crucero Hipper y seis destructores; el segundo (grupo B) contaba con los acorazados de bolsillo Lutzow y Admiral Scheer y otros seis destructores. El grupo A debía atraer lejos del convoy a las unidades de escolta y el grupo B hundiría a los buques auxiliares. El golpe de gracia a los navíos averiados pero no hundidos lo darían los aviones y los U-Boot. Los aparatos de reconocimiento de gran radio de acción volarían hacia el Sur, hasta el Firth of Forth, siguiendo constantemente todas las formaciones que lograsen localizar. Para impedir cualquier accidente po errores de identificación, los ataques aéreos se dirigirían tan sólo contra los portaaviones y los buques mercantes.
Se destacaron tres submarinos al nordeste de Islandia para vigilar los movimientos del convoy, con orden de seguirlo y dar cuenta de sus composición y de la importancia de la escolta. Una vez debidamente localizado, el grupo A debería dirigirse hacia un fondeadero en las islas Lofoten y el grupo B hacia Altafjord, cerca del cabo Norte. Apenas se recibiese la orden, los dos grupos se dirigirían hacia un punto de encuentro, establecido 100 millas más al norte del cabo Norte, a fin de situarse en una posición propia para el ataque de la isla de los Osos.
El plan estaba bien concebido, pues el almirante Raeder sabía las dificultades en que se encontraba Tovey por carecer de una cobertura aérea adecuada, y sabía también que, hasta aquel momento, ningún buque de guerra importante se había adentrado en el mar de Barents. Sin embargo, cuando el comandante en jefe alemán lo sometió a Hitler, éste puso como condición, para dar su consentimiento, que la Luftwaffe pusiera fuera de combate a los portaaviones enemigos antes de que se realizase el ataque al convoy. Desde el hundimiento del Bismarch, Hitler estaba obsesionado por los daños que podría sufrir la Flota.
Así pues, estaba dispuesto cuando el convoy PQ-17, al mando del contralmirante de la reserva J.C.K Dowdind, zarpó el 27 de junio de 1942 del puerto islandés de Reykiavik. Como escolta inmediata llevaba seis destructores, dos buques antiaéreos, cuatro corbetas, tres dragaminas, cuatro pesqueros y dos submarinos.
La cobertura próxima la proporcionaba una formación naval compuesta por cuatro cruceros armados con cañones de 203 mm (dos ingleses y dos americanos) y tres destructores, todos ellos al mando del contraalmirante L. K. H. Hamilton. La formación de acorazados para la cobertura general comprendía el Duke of York, el acorazado americano Washington, el portaaviones Vidorious, dos cruceros y 14 destructores.
Aviones de reconocimiento alemanes localizaron el PQ-17 el día 1 de julio, al mediodía, y los submarinos, ya apostados para interceptarlo, se situaron rápidamente en su estela. Desde aquel momento el convoy quedó sometido a una vigilancia ininterrumpida. Los cruceros de escolta, que se encontraban a unas 40 millas más al Norte, escaparon a la observación del enemigo, como era el deseo del almirante HamBton, quien deseaba dejar a los alemanes, en la incertidumbre respecto a la importancia de las fuerzas de cobertura. Al día siguiente el convoy entró en un banco de niebla y permaneció en él durante 24 horas, lo que le permitió aproximarse al Este eludiendo la vigilancia aérea. Los U-Boot, sin embargo, no dejaron de perseguirlo.
Por la tarde del día 3 de julio, el Almirantazgo, que había recibido el informe de que el límite de los hielos se encontraba bastante más al norte de la isla de los Osos, advirtió al almirante Hamilton que debía ordenar al comandante de la escolta del convoy que se dirigiese al norte de la citada isla e intentase mantenerse a 400 millas de distancia del aeródromo alemán de Banak. Se transmitió el mensaje; pero el convoy no se desvió tanto como pretendía el Almirantazgo, porque las directivas impartidas al comandante de la escolta le aconsejaban que se acercase lo más posible al Este, siempre que las condiciones fueran buenas. En aquel momento el almirante Hamilton juzgó que había llegado el momento de revelar al enemigo su presencia, y a las 22,15, cuando se encontraba en la cola del convoy, consiguió su objetivo al ser avistado por un avión alemán.
Mientras tanto, la realización del plan germano había chocado con algunos obstáculos. El Lützow y tres destructores encallaron al salir de Altafjord, y dos destructores sufrieron averías mecánicas, con lo cual el grupo B se vio reducido al Scheer y a un destructor; por la noche del 3 al 4 de julio el almirante Raeder ordenó al grupo A que se le reúniese en el Altaljord. Además, los aparatos de reconocimiento de gran radio de acción, que en las primeras horas del 3 de julio habían avistado la Escuadra de Tovey, la habían perdido de vista, por lo que la Luftwaffe no pudo nevar a cabo las órdenes de Hitler de destruir los portaaviones.
El 3 de julio, el Almirantazgo tuvo conocimiento de que el Tirpitz y el Hipper habían dejado su fondeadero; y aunque era lógico creer que ello estaba relacionado con el convoy PQ-17, no fue posible obtener confirmación. Por eso, el día 4 de julio, se autorizó al almirante Hamilton, quien según las órdenes anteriores debía limitar sus movimientos al Este, para rebasar el cabo Norte si la situación lo exigía y siempre que el comandante en jefe no diera órdenes en contra. Sin embargo, el almirante Tovey no juzgó que las nuevas informaciones concernientes al enemigo autorizasen efectuar «una inversión en la dirección de las operaciones por mí acordadas con el Almirantazgo», y por lo tanto hizo uso de la facultad que se le concedía para ordenar al almirante Hamilton que se retirase apenas el convoy se encontrara al este del cabo Norte. El almirante Hamilton, cuyos destructores se estaban abasteciendo de combustible, respondió que cumpliría la orden hacia las 20 horas, apenas hubiera concluido la operación de abastecimiento; pero a las 19,30 intervino de nuevo el Almirantazgo, diciéndole que permaneciese con el convoy hasta nueva orden.
Casi en aquel mismo momento, el convoy –que ya había perdido un buque torpedeado por un avión aislado- era objeto de un ataque, llevado a cabo sin excesivo ímpetu y sin resultados positivos, por parte de los bombarderos en picado y aviones torpederos alemanes. Una hora más tarde, 25 aviones torpederos lo atacaron de nuevo, esta vez con mayor violencia, hundiendo un mercante y alcanzando otros dos, uno de ellos un buque cisterna soviético.
Había comenzado la esperada batalla coma Luftwaffe que tanto temían los componentes del convoy.
Pero al Almirantazgo no le habían llegado más informes sobre los movimientos de los buques enemigos, y la carena de información es siempre un elemento bastante difícil de valorar. La tarde del 4 de julio, en Londres, sólo sabían con certeza una cosa: que el tiempo pasaba rápidamente y que ya no podían diferir más la decisión de revocar o de reafirmar las instrucciones impartidas a los buques mercantes y a las unidades de escolta. Los buques alemanes se podían encontrar en una posición tan ventajosa que les permitiera alcanzar el convoy.
El PQ-17 se hallaba entonces a unas 130 millas al nordeste de la isla de los Osos y a una distancia de 350 millas de los acorazados de cobertura del almirante Tovey; pero si el convoy y los acorazados hubiesen recibido la orden de aproximarse a la máxima velocidad, el convoy se hubiese encontrado bajo la protección de los aparatos del Victorious a primeras horas del día siguiente. El movimiento presentaba, sin embargo, bastantes desventajas, llevaría a los acorazados de cobertura dentro del radio de acción de los aeródromos alemanes, retardaría notablemente el avance del convoy hacia el Este y hasta que la escolta inmediata corriese el riesgo de agotar su combustible.
Otra solución era ordenar a los cruceros que se retirasen -porque ahora ya parecía seguro que el Tirpitz figuraba en la formación atacante-, dejando intacta la escolta inmediata, con la esperanza de que la presencia de los destructores y de los submarinos, con el consiguiente temor de un torpedeamiento, así como el empleo de cortinas de humo o el encuentro casual con un banco de niebla, impidieran a los buques alemanes realizar el ataque.
Finalmente, quedaba la posibilidad de ordenar a los buques del convoy que se dispersasen, considerando que los alemanes no permanecerían en la zona todo el tiempo necesario para alcanzarlos uno a uno. El primer lord del Almirantazgo sopesó el pro y el contra de todas estas posibilidades y, aunque la mayoría de los otros oficiales que le acompañaban fuera contraria a la dispersión, él decidió que esta solución ofrecía por lo menos a una parte de los buques la posibilidad de escapar a la destrucción. Así, pues, dio sus órdenes de acuerdo con este parecer.
Hacia las 22 horas del 4 de julio, el almirante Hamilton recibió del Almirantazgo un mensaje «urgentísimo» que decía: «Escuadra de cruceros retirarse a toda máquina hacia el Oeste». Pocos minutos después siguió comunicación «relámpago: «Vista amenaza buques superficie, convoy se disperse y dirija hacia puertos rusos». La palabra «dispersarse» se corrigió, en un mensaje posterior, por «ensancharse».
Asalto y destrucción
El capitán de fragata Brootne, comandante de la escolta inmediata, recibió también estos mensajes, y, lo mismo que el almirante Hamilton, dedujo del contenido y del carácter de máxima urgencia de aquellos comunicados que una formación enemiga estaba a punto de aparecer de un momento a otro. Las órdenes que había recibido, en el caso de que fuerzas enemigas superiores atacaran el convoy, era de seguirlas y aprovechar todas la ocasiones favorables para atacarlas a su vez. Por ello decidió unirse a los cruceros, sabiendo que el almirante Hamilton tendría necesidad de toda la ayuda posible para enfrentarse con lo que, con toda probabilidad, era una formación bastante más numerosa que la suya. Los cruceros, que se habían retrasado al virar al Oeste, hacia las 22,30 pasaron al sur del convoy, de forma que en aquel momento se encontraban entre éste y la supuesta línea de aproximación del enemigo. Entonces aumentaron la velocidad a 25 nudos y se prepararon para la acción.
El capitán de fragata Broome, después de haber comunicado la orden de «ensancharse» al asombrado contraalmirante Dowding, alcanzó con sus destructores a los cruceros.
Los comandantes de los transportes, viendo desaparecer hacia el Oeste el grueso de la escolta, pero ignorando las razones que habían determinado tan sorprendente decisión, obedecieron la orden de «ensancharse» con la precisión de una formación naval bien adiestrada.
El enemigo se dio cuenta en seguida del cambio que se producía en la formación y de la ventaja que de ello se derivaba para sus aviones, los cuales, al no estar ya amenazados por el tiro concentrado de grupo naval, podrían atacar con la seguridad de alcanzar sus objetivos. Y lo mismo se podía decir respecto de los submarinos, libres ya para emerger, puesto que los destructores habían desaparecido, y aprovechar así, navegando en superficie, su mayor velocidad para dar caza a los buques descubiertos por los aviones. En la historia de las operaciones de convoyes se estaba preparando un desastre sin precedentes.
El primer mercante, el Emyire Byron, fue hundido por un submarino en las primeras horas del 5 de julio, y otros cuatro lo fueron, poco más al Norte, por efecto de un ataque combinado de bombarderos en picado y de U-Boot. Poco después corrió la misma suerte el Pankraft, que navegaba aislado, y pasado el mediodía le tocó el turno al River Afton, buque del contraalmirante Dowding, hundido por un submarino junto con otro carguero que se encontraba en la zona. Al caer la tarde, dos buques que salieron del banco de niebla en el que habían buscado amparo, fueron inmediatamente atacados y hundidos por la aviación alemana. El dragaminas Salamander agrupaba a su alrededor un petrolero, un mercante y un buque de salvamento cuando fueron atacados desde el aire: el petrolero y el buque de salvamento se hundieron, con lo que se elevó a doce buques el total de las pérdidas sufridas en las primeras 24 horas. Y con los tres hundidos anteriormente, el número de buques perdidos era casi la mitad del convoy.
Pero todavía continuó la persecución. Los ataques prosiguieron todo el día siguiente y los U-Boot, suponiendo lógicamente que los buques supervivientes se dirigían hacía la costa occidental de Nueva Zembla, se dispusieron a perseguirlos. En el transcurso de las 48 horas siguientes encontraron cuatro buques y los echaron a pique, mientras los aviones que inspeccionaban la zona del mar de Barents hundieron otro.
Los dos buques antiaéreos, con un grupo formado por algunas corbetas y dragaminas y dos mercantes, consiguieron llegar hasta el estrecho de Matochkin, que corta en dos la isla de Nueva Zembla, donde se les unieron el dragaminas Salamander. Otros tres buques mercantes y el buque de salvamento Zamalek. La última en unírseles de la corbeta Lotus, que había invertido su ruta para recoger al contraalmirante Dowding y algunos supervivientes del River Afton. Como no tardaron en darse cuenta del peligro que entrañaba su posición, formaron un pequeño convoy y se dirigieron al Sur, hacia el mar Blanco.
En un principio los protegió la niebla; pero cuando se hallaban tan sólo a 60millas de la costa rusa sufrieron un ataque de bombarderos de alta cota que los acribillaron durante cuatro horas, sin que fuesen escuchadas las llamadas urgentes para lograr la protección de los aviones de caza soviéticos. Dos mercantes fueron hundidos. El contraalmirante dowding, que salió de Islandia con 33 buques, llegó a Arjánguelsk con dos unidades. Otros ocho barcos, embarrancados o navegando un tanto a la deriva, lograron escapar de la destrucción. O sea que, en total, sólo se salvaron diez. El balance final fue de 23 buques hundidos, y con ellos se perdieron 430 carros de combate, 210 aviones, 350 vehículos y poco menos de 100.000 toneladas de diversos materiales.
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INDICE |
Documentos y Tratados |
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U-Boat ametrallado desde el aire
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Impacto directo
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U-Boat entre descargas de artilleria
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Daños materiales y morales.
No fue posible mantener el secreto sobre las graves pérdidas sufridas por el convoy PQ-17. La propaganda enemiga, como es natural, aprovechó ampliamente todas las noticias que se habían filtrado sobre este asunto y los periódicos alemanes publicaron episodios relatados por algunos supervivientes de los buques norteamericanos. Y puesto que no era posible hacer pública la verdad de los hechos, se levantó una oleada de acusaciones contra la Royal Navy por haber abandonado el convoy en una coyuntura tan crítica. Lo cierto es que la confianza de los oficiales y de las tripulaciones de los mercantes británicos y norteamericanos en la Marina inglesa se vio, si bien por corto espacio de tiempo muy quebrantada.
La pérdida de tan gran cantidad de armamento y de equipo fue un duro golpe para los rusos, y Stalin consideró el desastre como una prueba de la escasa voluntad de triunfar en la empresa, respondiendo en términos bastante ásperos al mensaje en el que Churchill le informaba de la necesidad, entonces evidente, de suspenderlos envíos hasta el otoño.
La lección más significativa que se sacó de aquel desastre fue que el Almirantazgo, al no indicar la razón de las órdenes taxativas que cursó, había provocado una discordancia de interpretaciones por parte de los comandantes directamente interesados. El almirante Tovey supuso, cuando fue evidente que el Tirpitz, en contra de lo que se creía, no estaba en sus inmediaciones, que el almirante Hamilton había ordenado al capitán de fragata Broome volver con sus destructores a la zona en que el convoy se había dispersado.
Pero Hamilton creyó que los alemanes, al saber que el convoy se había dispersado, intentarían ampliar su éxito ordenando a la formación del almirante Schniewind que atacara a sus firmas. Naturalmente, Hamilton ignoraba que Hitler limitara de forma tan rigurosa los movimientos de los buques alemanes.
Hoy es una opinión admitida porta mayoría que la orden de dispersión del convoy fue prematura; pero la crítica más severa dice que fue un grave error. El Almirantazgo disponía de informaciones sobre el enemigo bastante más precisas de las que podía tener un comandante en navegación; pero, en cambio, este último casi siempre suele tener mejores elementos de juicio sobre la acción inmediata.
En definitiva, le cierto es que si se consideran todas los factores, cualquier acción que se hubiera emprendido e n las condiciones entonces existentes no hubiera evitado que el convoy sufriera graves pérdidas, pues el enemigo contaba con todas las ventajas de su parte. La decisión (le efectuar una operación que, como va se sabía antes de iniciarla, era estratégicamente insensata, había sido dictada tan sólo por un cálculo de conveniencia política.
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1941
28 de septiembre: sale de Islandia hacia Arjánguelsk el primer convoy aliado para la Unión Soviética, compuesto por diez mercantes.
2 de octubre: los alemanes comienzan la Operación 'Tifón', o sea, la ofensiva final contra Moscú.
6 de octubre: Churchill promete a Stalin el envió de un convoy cada diez días
5 de diciembre: los rusos lanzan una ofensiva para rechazar a los alemanes de las puertas de Moscú.
31 de diciembre: a fines de año han llegado ya a los puertos soviéticos, sin experimentar pérdidas, siete convoyes, con un total de 53 mercantes; desde el comienzo de la invasión alemana la URSS ha recibido un total de 750 carros de combate, 800 cazas, 1400 vehículos y más de 100.000 toneladas en concepto de mercancías diversas.
1942
14 de enero: se transfiere del Báltico a Trondheim, en Noruega, el acorazado alemán Tirpitz, es el momento en el cual los alemanes empiezan a concentrar sus unidades a lo largo de la ruta de los convoyes árticos.
6 de marzo: el Tirpitz sale para interceptar el convoy PQ-12, pero lo rechazan los aviones torpederos del portaaviones Victorious.
Junio: él Almirantazgo es informado de que los alemanes proyectan un ataque decisivo contra el próximo convoy que se dirija a los puertos septentrionales de Rusia.
27 de junio: el convoy PQ-17, compuesto por 33 mercantes y escoltado por siete destructores, dos buques antiaéreos, cuatro corbetas, tres dragaminas, cuatro pesqueros y dos submarinos, sale de Islandia para Arjánguelsk.
1 de julio: aviones de reconocimiento alemanes avistan el convoy PQ-17 y los U-Boot comienzan la persecución.
4 de julio: el convoy PQ-17 es atacado por aviones bombarderos y torpederos alemanes que hunden dos mercantes y causan daños a otros dos. El Almirantazgo ordena al convoy que se disperse inmediatamente.
5 de julio: los U-Boot y los bombarderos en picado de la Luftwaffe prosiguen su ataque a fondo contra el convoy disperso. En las primeras 24 horas echan a pique 12 mercantes
10 de julio: el contraalmirante Dowding llega a Arjánguelsk con sólo dos buques de los 33 que salieron de Islandia. En los días siguientes se recuperaron algunos más: pero el balance definitivo fue de 23 mercantes hundidos; con 430 carros de combate, 210 aviones, 3350 vehículos y unas 100.000 toneladas de material diverso perdidos.
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